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sábado, 13 de agosto de 2016

Argentina: El regreso a las técnicas de las dictaduras.



El miedo no es invento

 Por Luis Bruschtein
Imagen: Télam.
El primer consejo del diario La Nación a Mauricio Macri apenas ganó las elecciones fue cerrar los juicios a los represores: “terminar con la venganza y empezar con la justicia”. No fue el mejor consejo que le podía dar. Este jueves las Madres hicieron su marcha 2000 acompañadas por una multitud y antes de salir a la Plaza recibieron la visita muy afectuosa de Cristina Kirchner. La corporación judicial las puso en el mismo rango como quería La Nación y se produjo una reacción contraria a la que buscaba. Fue una semana signada por esa presión mediático judicial, estimulada por la entrada en escena de la conducción de la colectividad judía con un fuerte y penoso protagonismo junto a sectores del menemismo relacionados con el encubrimiento del atentado a la AMIA. Con un ánimo revanchista que haría cada vez más parecido al macrismo con el gobierno de facto de 1955, en otro consejo, en el editorial del jueves, La Nación volvió a pedir que le cambien el nombre al centro cultural Kirchner. Resultó sintomático que lo primero que reclamó La Nación fuera por los represores de la dictadura. Lo que explica gran parte del odio. Antes de morir en la cárcel, Jorge Videla dijo que “lo peor que le había pasado eran los Kirchner”. Se explica el odio y el editorial del jueves.
En otro plano simultáneo, el oficialismo tuvo dificultades para mantener las alianzas con el massismo y con fugitivos del FPV por las que logró el control del Congreso. El brutal tarifazo impactó, inclusive, en su propia alianza con los radicales. De todos modos pudo impedir que la oposición lograra los dos tercios de los votos, con lo cual salvó el tarifazo y salvó la relación con sus opositores amigos que de esa manera pudieron votar sin herir al oficialismo. La libertad de acción que logró el macrismo para aplicar las medidas más salvajes del ajuste en estos siete meses es en gran medida responsabilidad de los opositores amigos del gobierno. Seguramente dentro de unos años, el peronismo discutirá si era más aconsejable garantizarle gobernabilidad al gobierno conservador y desguarnecer el campo popular de oposición; o al revés: fortalecer el espacio progresista popular para frenar el saqueo al bolsillo de los trabajadores.
Si el macrismo hubiera actuado como derecha moderada, la discusión sería otra y más defendible el opoficialismo. Pero en estos siete meses se perdieron 800 mil puestos de trabajo formales e informales, el salario de los trabajadores perdió el doce por ciento, hay miles de suspensiones en distintas ramas de la industria por la apertura de las importaciones, la salud pública está en punto muerto, la deuda pública se multiplicó como nunca en la historia y la producción industrial y el consumo están en caída libre. Este gobierno avanzó como una derecha dura.
Este tsunami para los sectores populares, cuya reacción ha sido todavía moderada, es responsabilidad del PRO-Cambiemos, pero también de sus aliados en la oposición, el massismo sobre todo, que arregló con el gobierno y arrastró después a gobernadores del PJ y dirigentes sindicales. Le abrieron el camino a una aplanadora que atropelló a los sectores populares a los que dejaron desprotegidos. No hay ningún argumento para explicar la forma en que le soltaron la mano. Fue un error que los muestra como corresponsables de la tragedia y tendrá un costo político.
En la calle hay temor por la situación económica. La mayoría tiene un conocido o un miembro de la familia que perdió su trabajo, muchos no saben cuánto resistirá su propio empleo y todos sienten que la plata no alcanza. El futuro no se ve amigable sobre todo en el conurbano. Los medios oficialistas dicen que el kirchnerismo lanzó una “campaña de miedo”. Pero es al revés: la inmensa mayoría de los medios está tratando de ocultar esta crisis fulminante. El oficialismo tiene los grandes medios a su favor, incluyendo a los públicos. Es como comparar una honda con un cañón. Es estúpido achacar todo a una “campaña de miedo” del kirchnerismo. Por un lado se regocijan porque dicen que se redujo a una secta y por el otro lo culpan por el mal humor social.
La protesta ha sido liviana. Todavía hay una luz de esperanza y un resto en la economía. Pero las medidas tienen un efecto cascada. Cerrar es la última opción de un comerciante o un pequeño o mediano industrial. Primero trata de reducir costos, se endeuda, suspende compras, intenta achicar el costo salarial y bajar gastos en una espiral descendente hasta que al final cierra. Lo que se pierde no se recupera. El que queda fuera difícilmente vuelva al mercado de trabajo o lo haga al mismo nivel que perdió. Si la situación sigue así, en algún momento la reacción será desesperada. El temor ahora es que no haya retorno. Cuando se confirme que no lo hay, habrá desesperación y la reacción no será como ahora. Es lo que se percibe, no es una campaña de miedo.
Este escenario se pelotea con el otro. La campaña de los medios y un sector de la justicia mantiene a Cristina Kirchner en el candelero y el ataque la confirma en una imagen de competidora temible. A esta altura, las acusaciones empiezan a rebotar sobre el malestar que produce el ajuste. Atacar al movimiento de derechos humanos también suele ser contraproducente. Las Madres son parte del magma creacional de esta etapa de la democracia argentina así como los militares de la dictadura son su enemigo. Los treinta y tres años de democracia se han construido sobre esa dualidad. Son lugares axiomáticos. Quedó demostrado cuando Hebe se negó a concurrir al juzgado. La reunión de Cristina Kirchner con Hebe antes de la ronda en la Plaza, este jueves, suma un dato que se fija en ese imaginario ciudadano.
Las medidas económicas aparecen como una agresión a los sectores populares. Los medios también muestran una ofensiva judicial contra Cristina Kirchner y contra los movimientos sociales y de derechos humanos. Aunque diferenciados, cualquier mapa informativo, incluso los más manipulados, mostrará a ese conjunto de un lado y al gobierno del otro, junto con los medios oficialistas y la corporación judicial, a los que se suma la conducción de la colectividad judía de la mano de un juez y un fiscal del menemismo que fueron acusados de interferir o planchar la investigación del atentado a la AMIA.
La denuncia por encubrimiento fue realizada años atrás por las distintas agrupaciones de familiares de víctimas del atentado. La actitud de la conducción de la DAIA y la AMIA, enfrentada a estos familiares y alineada con Claudio Bonadío y Germán Moldes en la persecución a Cristina Kirchner, evidencia el uso político que se le ha dado desde el principio al atentado contra la AMIA. La actuación de los dirigentes comunitarios deja ver que su prioridad no es proveer justicia a las víctimas y sus familiares. No se trata, para ellos, de aclarar el atentado, sino que éste funcione como peón de la geopolítica internacional y como arma para atacar a Cristina Kirchner, cuya gestión fue un obstáculo para ese fin. Además de su penosa alianza con estos funcionarios menemistas relacionados con el encubrimiento del atentado, el espacio político de esta conducción comunitaria tiene varios funcionarios y legisladores en el gobierno de Macri, como el rabino Sergio Bergman y el diputado Waldo Wolff.
Si algo faltaba para evidenciar estas intenciones, mientras la dirigencia comunitaria insistía con la denuncia de Alberto Nisman contra Cristina Kirchner, esta semana, después de 22 años, se identificó el cuerpo de Augusto Jesús, de 21 años, que en el momento del atentado asistía a un taller que se daba en la AMIA. Después de tantos años sin producir ninguna prueba ni avanzar en cuestiones concretas, esta identificación nada compleja que realizaron los fiscales que asumieron recientemente la investigación, confirma la ineficiencia de Nisman y el desinterés de esa dirigencia por el esclarecimiento del atentado. La idea de un juicio en ausencia de todos los acusados ratifica esa estrategia que se desentiende de la aclaración de los hechos y busca el cierre de la investigación con una sentencia puramente política. No por casualidad, esa condena sin esclarecimiento coincide con el interés de los lobbies internacionales de la derecha israelí y la derecha norteamericana.

 

sábado, 2 de enero de 2016

Argentina: "reclama que le suban la tarifa de la luz"



Blitzkrieg

 Por Luis Bruschtein
En la Auditoría, donde tiene que haber un opositor, el macrismo puso un oficialista. En la oficina antilavado, donde tiene que haber alguien que investigue y enjuicie el lavado de dinero, el macrismo puso a la abogada de un banco acusado de ese delito. En la Afsca, donde tiene que haber un enemigo de los monopolios, el macrismo directamente hizo desaparecer el organismo. En el Consejo de la Magistratura, donde había que reemplazar un puesto que le corresponde al Frente para la Victoria por ser la primera minoría del Congreso, el macrismo formó una alianza precaria de unas horas para designar con bajísima calidad democrática a un hombre de su riñón. Al mismo tiempo se producían las mayores inundaciones de la historia del río Uruguay con más de 20 mil evacuados. El presidente Mauricio Macri y el secretario de Ambiente, Sergio Bergman, aparecieron para la foto y siguieron de vacaciones. Cualquiera de estas situaciones hubiera provocado una catarata de diatribas si las hubiera generado el kirchnerismo, pero han pasado desapercibidas para el gran público que se informa en los medios concentrados de comunicación, especialmente los del Grupo Clarín que ha colocado a varios de sus empleados en cargos del nuevo gobierno.
Si después del masivo y extendido debate que implicó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual quedaba alguna duda, la forma en que el gobierno conservador priorizó la salvaguarda de los intereses del multimedia confirmó la necesidad de esta norma. La concentración de la propiedad de los medios de comunicación no solamente implica competencia desleal, como cualquier monopolio, sino que también conlleva una fuerte concentración de poder político en un ámbito ajeno a las instituciones democráticas y republicanas.
Al ser entrevistado por una radio, uno de los afectados por los cortes de luz de esta semana, pidió de hecho que le aumenten las tarifas. El hombre estaba cortando la calle para reclamar que devuelvan el servicio eléctrico a un barrio del sur de la CABA. “Pero este gobierno no tiene la culpa –aclaraba– porque esto viene de años sin inversión ya que las empresas no tienen plata para invertir”. En el afán de echarles la culpa a los gobiernos kirchneristas, el hombre reclamaba que le aumentaran las tarifas.
El vecino estaba ganado por el discurso de sus propios verdugos. El lobby de las privatizadas, formado por ex secretarios de Energía de gobiernos anteriores respaldados por los medios corporativos, diseñó esos argumentos como parte de una fuerte presión para aumentar las tarifas. El gobierno kirchnerista otorgaba subsidios a las empresas para que mantuvieran las tarifas bajas. Lo que no recaudan con las tarifas, las privatizadas lo hacen con los subsidios, aunque dicen que así tampoco les alcanza. Al que le cortaron la luz repite el discurso de las empresas que se la cortan. Es casi como hacerse el harakiri, porque habla por boca de los medios concentrados que amplifican los argumentos de las privatizadas. Ese vecino alienado por un discurso mediático hegemónico es un ejemplo patético del poder de manipulación de una corporación con posición dominante en el mundo de la información: aún perjudicado, asume como propio el discurso del que lo perjudica.
El argumento del ministro de Energía, Juan José Aranguren, para el inminente aumento de las tarifas, fue que los bajos precios descapitalizaban a las privatizadas y alentaban el despilfarro. El eje ya no está en producir más energía. Lo que ahora dicen es que falla la distribución. La famosa crisis energética con la que hicieron tanto ruido desde la oposición, ya no se explica principalmente por la falta de energía sino por las fallas en su distribución. Ahora, desde el Gobierno, se elabora otro diagnóstico y se plantean otras respuestas. Se insinúa, por ejemplo, que se frenará la construcción de dos grandes centrales hidroeléctricas en Santa Cruz, como denunció Cristina Kirchner. Ya no se habla de producir más energía como prioridad, sino de subir las tarifas para bajar el consumo y así aliviar las líneas de distribución.
Frente a problemas creados en los doce años de gestión kirchnerista por el incremento de la demanda de energía eléctrica –que es sinónimo de aumento de la calidad de vida–, la solución que plantea el macrismo es bajar la calidad de vida. Es la respuesta que en general está dando en todos los planos de una economía puesta en crisis por un doble frente: por un lado la inflación y las turbulencias del permanente crecimiento de la demanda en el consumo interno. Y la crisis mundial, por el otro, que cierra mercados y presiona por entrar, también desde hace ya varios años. La respuesta del gobierno macrista –respaldado por la derecha radical– ha sido una fuerte devaluación del peso, que supuestamente le daría competitividad a las exportaciones; y al mismo tiempo un salto de la inflación que reduce el salario. Con estas medidas, la inflación será alta entre noviembre y marzo (se estima que en noviembre y diciembre estaría entre el 8 y el 10 por ciento y podría rondar el 40 por ciento anual, de marzo a marzo). El impacto de semejante inflación sobre los sueldos y las jubilaciones reducirá la demanda y enfriará la economía. Con la economía planchada, la inflación se reducirá a partir de mediados del año próximo.
Es difícil, aún con devaluación, que la pequeña y mediana industria aumenten sus exportaciones porque el problema no son los precios, sino que Brasil –o cualquier otro mercado en el mundo actual– precisa vender y no comprar. Si se pincha el mercado interno y no crecen las exportaciones, el país estará en problemas.
Más allá del pronóstico sobre la economía, queda claro que en noviembre, entre la primera y segunda vuelta electoral, el actual ministro Alfonso Prat-Gay provocó la disparada de los precios cuando anunció que el gobierno de Macri devaluaría el peso y levantaría las retenciones. El kilo de asado pasó de 85 a 120 pesos, por ejemplo, e incrementos similares se produjeron en las harinas. Ese proceso siguió en diciembre y se prolongará varios meses. Y justamente durante esos meses en los que se producirá un pico muy alto de la inflación, el Indec anunció que no publicará ningún índice. Parece un chiste.
La ofensiva relámpago contra la ley de medios tiene que ver con la necesidad imperiosa del gobierno conservador por instalar una sola versión de la realidad. Después de la crítica oceánica a los gobiernos kirchneristas por el manejo de los índices de inflación (que en definitiva no afectaban a los bolsillos de la gente porque no se usaban como parámetro en las paritarias) el anuncio del Indec macrista de que directamente no publicará cifras de inflación en los meses en los que se producirá el mayor pico inflacionario, revela que las críticas a la manipulación de los índices que hacían el PRO y los radicales fue nada más que parte de la disputa por el control de la información y no por su democratización. Los medios concentrados y sus periodistas voceros respaldan la blitzkrieg contra la ley de medios, la Afsca y Martín Sabbatella y hacen silencio de radio sobre la agresiva escalada actual de los precios. De la misma forma en que ya no hablan de la carestía de la vida también abandonaron el tono amarillista sobre la inseguridad. Con la llegada de un gobierno que respaldan abandonaron dos de sus temas favoritos: inflación e inseguridad.
El nuevo gobierno se instaló con comodidad en los tradicionales cien días de gracia. Y una porción importante de la sociedad está pensando en las fiestas y en sus vacaciones. Es un paréntesis de impunidad que se apoya además con mucha fuerza en la protección de los medios corporativos. Está comprobado que la manipulación mediática, favorecida por la escasa o nula pluralidad de voces, como ocurre en el sistema argentino de medios, puede hacerle creer que está mal a gran parte de una sociedad que está bien. Simplemente porque siempre se puede estar mejor. Pero al revés es más difícil. Cuando la gente está mal, en algún momento empieza a pesar más lo real que lo virtual.