En la vida que llevamos los pobladores de las grandes ciudades rara vez logramos conseguir y disfrutar de dos elementos que nos permiten encontrarnos con nosotros mismos y que son casi un lujo, uno de ellos el silencio, por el que a veces debemos pagar sumas elevadas y largos viajes para poder disfrutarlo. El silencio es algo tan ajeno a nuestro modo de vida, que si por un momento aparece y somos conscientes de ello, ya nos preocupamos, incluso puede que nos de miedo, pues es un elemento anormal en nuestro entorno cotidiano.
El otro es la soledad que de tanto ser desvalorizada a través de los años, ya no sabemos disfrutarla, sin embargo esta experiencia es de suma importancia para encontrarnos sin intermediarios, lo que nos crea una gran sensación de incertidumbre ya que no sabemos que hacer con nosotros mismos, cuando en realidad debería ser una excelente posibilidad.
Si tenemos la oportunidad de juntar el silencio natural y la soledad, solo quedamos en compañía de preguntas y dudas, que es la única manera de ayudarnos a crecer, sin embargo, muy pocos seres humanos pueden enfrentarse a esto. Hemos perdido con el transcurrir del tiempo y con la necesidad del entorno social que nos genera una falsa seguridad, la inquietante sensación de nuestra minúscula valía ante lo natural. Nos aterroriza la soledad y el silencio, sin embargo lo necesitamos, pero a poco de lograr encontrarlos, corremos otra vez, desesperados, al cobijo del bullicio y el gentío, donde no hacen faltan las preguntas y las dudas, porque están todas las respuestas, para bien o para mal, al servicio del ser humano temeroso de si mismo y del universo inexplicable.
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