En mis tiempos juveniles no existía la educación sexual, uno aprendía lo que podía, que habitualmente era poco, mal, y a destiempo.
Fue a los treinta o treinta y uno cuando me enteré de que las mujeres tenían un pequeño cuerpo carnoso y eréctil situado en la parte más alta de la vulva, un punto de excitación sexual llamado cíclope...¡ y me asusté!... no me imaginaba que podían tener un gigante entre las piernas. A partír de ese día, siempre me pareció que un ojo me vigilaba.
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