La gallina y la Virgen
-Doctor, mi hermano está loco. Piensa que es una gallina.
-¿Por qué no lo mete en el manicomio?
-No puedo, necesito los huevos.
En su ministerio del Monólogo Interior, a lo largo de la pasada legislatura Jorge Fernández Díaz ha protagonizado muchos chistes de éstos, a cuál más delirante. Le ha colgado una medalla a la Virgen, tiene un ángel de la guarda para que le ayude a aparcar el coche, ha comparado el aborto con la ETA, ha dicho que el matrimonio homosexual va contra la supervivencia de la especie y ha inaugurado una casa-cuartel de la Guardia Civil en el pueblo de su padre. Afortunadamente, a Fernández Díaz nadie le hace mucho caso, ni dentro ni fuera del ministerio. Ni siquiera en Génova saben muy bien qué hacer con él, por eso prefieren que siga en el cargo.
Sin embargo, este frágil equilibrio psíquico podría romperse merced a
la demanda interpuesta por dos asociaciones laicistas contra la
concesión de la medalla del mérito policial a la Virgen del Amor. Como
señalan en el recurso de amparo, se trata de una “aplicación arbitraria
de la legalidad” que llega a conclusiones “ilógicas, irracionales,
esperpénticas y absurdas”. Es cierto, pero conviene no participar en
esta clase de juegos porque lo peor que se puede hacer con alguien así
es seguirle la corriente. El primer loco certificado que se creyó
Napoleón, con la palma de la mano sujetando el vientre, fue el propio
Napoleón en el destierro de Santa Elena, cuando ya no era nadie.Al objetar la medalla a la Virgen, uno penetra en el mismo orbe de
lógica simbólica que ordenaba el arresto de objetos inanimados durante
el servicio militar. Había garitas arrestadas porque un recluta se había
volado la cabeza dentro, lo que significaba que no se podía hacer
guardia allí hasta que se levantase el arresto. Una pala se caía y
arrestaban a la pala, con lo que había que cavar el hoyo a mano. Ante
este tipo de comportamientos absurdos, lo mejor es mirar para otro lado y
pasar silbando con las manos a la espalda. De otro modo, el juicio
subsiguiente puede degenerar en un sucedáneo de aquella querella que
Chiquito de la Calzada le puso a Florentino Fernández por plagiarle el
personaje. El fiscal le preguntaba a Florentino: “¿Ha dicho usted alguna
vez cosas como fistro, pecador de la pradera, por la gloria de mi
madre?” Si el juez sienta a la Virgen del Amor en el banquillo, va a ser
lo mismo que oír declarar a la infanta.Una versión más retorcida del chiste de la gallina cuenta la historia
del hombre que se cree no una gallina sino un grano de maíz y se pasa
la vida en un rincón, asustado ante el temor de que venga una gallina y
se lo coma de un picotazo. Después de años y años de terapia, finalmente
el hombre se cura de su enfermedad y sale a la calle, con tan mala
suerte que nada más doblar la esquina se tropieza con una gallina en la
calle. Sube corriendo a la consulta, sudando aterrorizado, y le explica
al doctor lo que le pasa. “Pero si usted sabe perfectamente que no es un
grano de maíz” replica el psiquiatra. “Yo sí, doctor, pero ¿lo sabe la
gallina?”.
David Torres
Acabo de publicar DOS TONELADAS DE PASADO, un libro donde, entre otros desastres, un cantante feo y homosexual intenta pasarse al negocio de la resurrección, un poeta enloquecido funda la ciudad de Londres, una escritora intercambia algo más que su carácter con una amiga, un torero fracasado torea el tráfico, una fotógrafa encuentra el paraíso en el Amazonas y un cocinero griego repite la Odisea con la crisis bancaria de fondo.
Siempre he pensado que una novela es como un matrimonio más o menos largo mientras que una columna es un lío de una noche. Fui finalista del premio Nadal en 2003 con El gran silencio y he ganado también el Hammett de la Semana Negra de Gijón y el Tigre Juan por Niños de tiza, así como el premio Logroño por Punto de fisión, de donde toma su título esta trinchera.
Como se ve, con mis novelas he hecho lectores y amigos, y con mis columnas más bien al contrario. Pero está bien así, porque siempre he pensado que un escritor ha de luchar contra el poder, sea del signo que sea, aunque la señal de su triunfo resulte tan minúscula como una picadura de mosquito en el culo de un elefante.
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