PRENSA ROJA MUNDO HISPANO
“Si los pobres supiesen lo que se
está armando contra ellos, las calles de Brasil serían insuficientes
para contener el número de manifestantes que protestarían en contra”,
asegura Leonardo Boff, teólogo de la liberación y filósofo brasileño, a
propósito del golpe de Estado a la presidenta Dilma Rousseff.
Sin dudas, una dramática
observación que se sale de las fronteras geográficas del enorme Brasil y
llega a todas las costas americanas, incluidas las de Estados Unidos,
porque implica e importa a la generalidad de las naciones.
¿Qué se está armando contra los
pobres? Hay que preguntarles a los armadores, por ejemplo, a los “altos
funcionarios de inteligencia” de Estados Unidos que revelaron a The
Washington Post y Los Ángeles Times hace unos días que “Venezuela está
al borde del colapso posiblemente violento”.
¿Dónde está lo peligroso de esa
revelación? Esos mismos oficiales confesaron a ambos medios que
“Washington tiene poca influencia o poder para incidir en el asunto”,
que está “alarmado” por la evolución de la crisis y que el enfoque ya no
es el fin del gobierno chavista sino una detonación de violencia
política. “La meta es ahora mitigar la crisis que se está
desarrollando”, dijeron.
Coincidentemente el opositor Henrique
Capriles declara que el país es “una bomba” que puede estallar si el
gobierno no permite que el revocatorio -la variante de impeachment que
se está aplicando en Venezuela- se celebre este año, y recalca que los
venezolanos tienen miedo a “un estallido social” por descontento con la
actual administración.
E inmediatamente convoca a la violencia:
“Tenemos que entender que aquí las cosas no se van a dar solas, que aquí
depende de lo que haga cada uno de nosotros”, dijo al lado del
presidente del Parlamento, Henry Ramos Allup, uno de los autores del
caracazo que provocó más de tres mil muertos en el gobierno de Carlos
Andrés Pérez.
Evidentemente, Capriles y Ramos Allup son
dos instigadores y desarrolladores de la crisis de la que hablan los
oficiales de la CIA y que tanto le “preocupa” a Washington.
Boff toma como ejemplo a su país y estima
que la ascensión del Partido de los Trabajadores al Estado significa la
verdadera revolución pacífica ocurrida por primera vez al elegir
presidente a Lula, parte de los sin-poder: la gente de las periferias,
del Brasil profundo, del nuevo sindicalismo, los intelectuales de
izquierda y la Iglesia de la liberación con miles de comunidades de
base.
Todos ellos, en un largo y doloroso
proceso de organización y articulación, consiguieron transformar el
poder social que habían acumulado en un poder político de partido desde
donde realizaron analíticamente una auténtica revolución.
¿Por qué nos referimos a todo este
proceso? se pregunta Boff. Porque está en marcha en Brasil una
antirevolución con las viejas élites oligárquicas que nunca aceptaron a
un obrero como presidente.
Hay una derecha conservadora y rencorosa,
aliada de los bancos y del sistema financiero, de los inversores
nacionales e internacionales, de la prensa empresarial hostil, de los
partidos conservadores, sectores del poder judicial corruptos, bajo la
sombra de Washington cuya política exterior no acepta una potencia en el
Atlántico Sur vinculada a los Brics.
El impeachment a la presidenta Dilma es
un capítulo de esa negación, al igual que el revocatorio en Venezuela,
el juicio que se le quiere imponer a Cristina Fernández para borrar de
la memoria histórica argentina los beneficios del kirchnerismo, o el
lodo con el que se trata de sepultar a Evo Morales para ocultar los
grandes logros de su gobierno.
La joya de la Corona sigue siendo
Venezuela donde hay una revolución bolivariana ideológicamente definida a
la cual hay que derrocar después de lo sucedido en Argentina y Brasil,
para poder cambiar el panorama geopolítico, incluida la resurrección de
la OEA con un testaferro como Luis Almagro que legitime una acción
militar contra Venezuela como ya ha estado insinuando y como ha pedido
públicamente desde Miami el expresidente Álvaro Uribe.
Por ese camino América Latina y el Caribe
serán pasto de un neoliberalismo aterrador como ya se aprecia en
Argentina; los tratados de libre comercio y pactos como la alianza
transpacífica se apoderarán de sus economías y toda su estructura
integracionista labrada con tanto esfuerzo, será demolida bajo el
reinado del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
La deuda externa que ya reapareció en
Argentina con Mauricio Macri, devorará los presupuestos de alimentación,
salud y educación, las riquezas nacionales cebarán las arcas de los
ricos con las privatizaciones, y el hambre y las enfermedades matarán a
los pobres como a los venezolanos de los cerros antes de Chávez, los
bolivianos antes de Evo, los brasileños antes de Lula y Dilma y los
argentinos antes de Kirchner y Cristina cuando el neoliberalismo salvaje
de Carlos Saúl Menem los obligó a comer pasto.
Algo así, o peor aún, es lo que se está
armando para los pobres en América Latina y el Caribe, y es lo que tan
dramáticamente nos está diciendo Boff.
PL
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