Rosa Paz
Desde que en 2010 fue intervenida -rescatada dicen los que la están hundiendo más en la miseria tratando de dar a entender que la están salvando de algo-, Grecia está siendo el laboratorio del austericidio, de esas políticas injustas e ineficaces que puso en marcha la troika formada por la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE), y el Fondo Monetario Internacional (FMI), y que empezó a aplicar primero a los helenos y después a los portugueses, los italianos y los españoles con más o menos el mismo resultado: más paro, más pobreza, menos derechos laborales y civiles, menos prestaciones sociales.
Como parece que los datos ya no impresionan, tan acostumbrados como estamos a hablar del 25% de paro, del 20% de personas que están por debajo del umbral de la pobreza, de los hachazos que han dado a salarios y servicios públicos, quizás es mejor recordar que a los griegos, por ejemplo, ya no les dispensan medicinas con recetas de la sanidad pública si no las abonan en el acto, o recordar a los ancianos que se han quedado sin hogar o que la tasa de suicidios aumentó un 43% de 2007 a 2013. Ese sufrimiento exagerado que los mismos dirigentes del FMI admitieron haber causado sin que eso haya derivado en la dimisión de los responsables ni mucho menos en un cambio de políticas. Más bien al contrario, siguen empecinados en el error y causando daño a ciudadanos que no han tenido responsabilidad alguna en los excesos de los mercados financieros que provocaron esta crisis.
La troika no tuvo el más mínimo pudor en intervenir directamente en el devenir político de Grecia cuando, en octubre de 2011, al primer ministro, Yorgos Papandreu, se le ocurrió anunciar que iba a convocar un referéndum para preguntarles a los griegos si aprobaban la nueva vuelta de tuerca que les imponían. El referéndum no se hizo -¡faltaría más!- y la tuerca ha girado ya varias veces más. Allí y aquí. Pero la desautorización de Papandreu le obligó a convocar elecciones anticipadas, que se hicieron en dos vueltas, no porque rija el sistema francés, sino porque a los señores de la troika no les gustaron los resultados de la primera.
Y ahora, dos años y medio después, repiten. Ante una nueva convocatoria electoral y la expectativa -que auguran todas las encuestas- de que gane Syriza, la formación de la izquierda que rechaza las condiciones del rescate, el FMI, un organismo internacional que no debería injerirse en las decisiones democráticamente expresadas por los ciudadanos de un país, ha decidido suspender las ayudas a Grecia. Y el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, ha advertido de que cualquier nueva senda por la que decidan caminar los griegos hará difícil mantener las ayudas europeas a Grecia.
Una forma descarada de interferir y una manera muy peculiar de entender la democracia la de estos señores que se sienten con derecho a decirles a los griegos lo que tienen que votar o de amenazarles con los males del infierno si se les ocurre acudir a las urnas con libertad y autonomía para decidir lo que les venga en gana. ¡Y luego se sorprenden de la desafección ciudadana!
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