Querido Twitter
Te has vuelto esencial en muchos procesos políticos. No estaría de más que reflexionaras sobre ello
Te escribo porque dentro de ti descubro cada día más
cosas que me inquietan. Lo hago en un medio de comunicación que asume
todas sus responsabilidades porque sabido es que contigo es casi
imposible contactar. También elijo hacerlo así porque asumo todas las
consecuencias derivadas de las líneas que siguen como también
eldiario.es lo hace cada vez que publica un contenido. Así eran las
cosas hasta que llegaste tu.
Te decía que estoy preocupada. El motivo es descubrir cada día en tus
TL que hay personas, muchas personas ya, que sienten la necesidad de
hacer daño a los demás porque no comparten sus ideas. No sólo en el mío,
que también, sino en el de muchos compañeros de profesión, políticos,
activistas, artistas, intelectuales y personajes públicos en general. La
prueba de lo que te digo es evidente. Sólo nos conocen por nuestra
imagen pública, en la que muchos de nosotros expresamos nuestras
opiniones políticas, y tomando eso como único punto de partida deciden
que necesitan hacernos daño. No seamos ingenuos, uno insulta porque
pretende que el insulto haga mella en el otro. Por ese motivo el
insultador se encarniza sobre lo que supone debe dañar al personaje al
que ¿odia? Aquí no importa si logra su objetivo o no, que normalmente no
lo hace. Es evidente que cuando las personas han alcanzado un cierto
nivel de notoriedad profesional o social ya llegan lloradas y con los
traumas bien domados y conocen perfectamente sus fortalezas y sus
debilidades de modo que pueden soportar medianamente bien los embates
sobre ambas. No, no importa el resultado que producen sino, en mi
opinión, la realidad que reflejan.
Argumentaba que quieren hacernos daño por lo que pensamos. No hay otra
posibilidad. No nos conocen, sólo saben de nosotros lo que nosotros
hemos querido dejar ver a través de nuestro trabajo y las redes de modo
que eso es lo que odian: nuestra forma de pensar o de actuar en público.
Quieren censurarla. Cegarla. Apagarla. Les gustaría no oírnos más.
Creen que atacándonos de forma personal conseguirán su objetivo. Eso es
muy peligroso. Entiéndase que estas hordas de odiadores se presentan
casi siempre en mi caso en perfiles que, gracias a tu tecnología, les
permiten envolverse en ondeantes banderas de mi país. Porque también es
MI país. En perfiles que exhiben un “Español” en mayúscula que me
sorprende porque la inmensa mayoría de los que tenemos cuenta en España
lo somos aunque, eso sí, no nos sentimos obligados a tener que
proclamarlo como definición tuitera. Me temo que eso tiene algún
significado. Eso me molesta como ciudadana pero sería motivo de otra
reflexión. Lo cierto es que conozco a otros periodistas que suelen
sentarse en la banda contraria a la mía que también sufren este tipo de
fenómeno. Por eso digo que lo que me preocupa, querido Twitter, es un
fenómeno que creo que no beneficia en general a la sociedad. Ni a unos
ni a otros.
Una de las consideraciones sociológicas que debería añadir -no se si tu
pájaro es pájaro o pájara- es el reflejo de los mecanismos sociales de
presión sobre las mujeres que se plasman cada día en los tuits que
acoges. Está en directa relación con lo que escribía arriba: quieren
hacer daño y utilizan los mecanismos que creen que lo lograrán. En el
caso de las mujeres las referencias a nuestro físico (gordas, viejas,
menopausicas), al papel más silente que deberíamos tener en la sociedad
(gritonas, histéricas, despendoladas), a nuestra no adecuación al
estándar de sometimiento al varón (te deja el marido, estás mal
follada), a nuestra inferioridad intelectual o profesional (no dices más
que bobadas, aprende, etc, a pesar de que ostentes más CV que los
insultadores) o a los estereotipos de clase (poco elegante, vulgar).
También te diré que en este apartado es particularmente interesante el
papel de represoras sociales que ejercen las mujeres sobre las propias
mujeres. Un recorrido por tu red deja bien claro esta dolorosa realidad
social.
Era un inciso porque estas aventuras a través de los días en nuestras
cuentas demuestran que no se libra nadie: ni hombres ni mujeres, ni de
derechas ni de izquierdas. Esa es la realidad que me parece
sintomáticamente peligrosa.
Alegarás que he participado mucho en la red diciendo que los tuits de
unos y otros que les habían llevado al juzgado no deberían ser delito.
Aparte de que los jueces me hayan dado la razón, lo cierto es que no
creo que nadie deba ir a la cárcel por lo que escriba en tus 140
caracteres. La banalidad que a veces te puebla ha hecho pensar a muchos
que con esa opinión abría el campo a que cualquier tipo de insulto o
afrenta quedara exento de cualquier responsabilidad. No es ese el caso.
Sin entrar en disquisiciones legales complejas, la gente debe entender
que no todo el reproche legal es penal. Que yo defienda que el Derecho
Penal debe injerir lo menos posible en la libertad de expresión no
quiere decir que no piense que la Ley no debe estar presente para
regular su mal uso.
Lo cierto es, querido Twitter, que la inmensa mayoría de las personas u
organizaciones (no podemos saber quién crea esos perfiles de
insultadores profesionales) que ensucian el debate público en tu
interior no se comportarían así si nos tuvieran delante. En ese caso
estaríamos en igualdad de armas. En tu TL, no. En tu TL, nosotros somos
personas y personajes con nombre y apellidos y nuestros agresores son
... ¡vaya usted a saber! Bueno, tu sí lo podrías saber, pero dudo de que
nos ayudaras por ejemplo en un pleito civil a desenmascarlos. El
anonimato es uno de tus problemas. La libertad de expresión se ejerce
por ciudadanos libres e iguales... e identificados diría yo. La libertad
exige asumir una responsabilidad y los perfiles anónimos y los huevos
no lo hacen.
La formación de una opinión pública libre es uno de los requisitos
esenciales de una democracia. La calidad de la misma influye en la
calidad democrática. Te has vuelto esencial en muchos procesos
políticos. No estaría de más que reflexionaras sobre ello.
He usado más de 140 caracteres para contarte esto. Es muy posible que no podamos renunciar a expresarnos con complejidad.
Atentamente,
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