domingo, 6 de octubre de 2013
A veces lo llamamos amor.
En realidad fue un incendio de arbustos, llama rápida que no deja ascuas. Dijo que me quería y no sabía bien lo que decía, tal vez era lo que deseaba y no mintió, yo era un amor pendiente que traía desde niña, aún recuerdo aquella mirada de fuego confuso entre inocencia y deseo que me regaló cuando apenas tenía once años y despuntaban en ella unos pechos tímidos. Tal vez se confundió entre los viejos deseos y las nuevas esperanzas, tal vez se encontró conque yo no era aquel hombre que ella soñó en sus noches de adolescente. Y seguro que no lo era, la vida me había golpeado duro y venía tocado. No la culpo por soñar ni descontar amores pendientes, no la culpo por no haber encontrado el hombre que esperaba, la culpo por mostrarme entre cuatro paredes la pasión que llevaba guardada para mi, tal vez deba culparla por darme a entender que aun podía volver al mundo de los vivos, y amar sin miramientos, tal vez pueda culparla por ser tan joven y no distinguir detrás de las heridas a un hombre fuerte, aunque pensándolo mejor, ella no tenga la culpa, debía ser muy difícil visualizar entre aquellos despojos una promesa y aunque la viera sería muy complicado para ella, apasionada, apresurada y criticada poder apostar a futuro, no la culpo, es muy difícil manejar los tiempos cuando se tiene veintidós años. Ella quería, ahora mismo, un amor a la medida de sus sueños y encendió la llama en los matajos.
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