domingo, 14 de julio de 2013
Las madres no son lo que parecen.
En nuestra educación hay temas que son indiscutibles y no solo por imposición cultural sino porque nosotros mismos necesitamos que sea así y por lo tanto lo convertimos en tema "tabú". Nunca aceptaremos poner en duda la calidad ni las obras maternas por y para los hijos, a menos que se trate de casos extremos, a los que damos el calificativo de anti-natural. Si una madre vive a costas de prostituir a su hija menor, entonces si podemos criticar a esa madre y desnaturalizarla, pero si una madre comete un supuesto pequeño error continuado ni siquiera lo valorizamos como tal.
Hace un par de años encontré en Buenos Aires a un viejo amigo de la niñez y entre café y café me contó con inmensa tristeza el problema que tenía.
- " Le estoy haciendo juicio a mi hermano y a mi vieja"-
- ¡Joder!...vaya mierda- le contesté y lo animé a seguir.
- Cuando murió papá... mamá repartió la herencia en vida y yo veo que favoreció a mi hermano, pero ella no lo entiende así-
-¿Y ella se puso de parte de él?-
- Y ¡si!..., dice que no, pero no es tan bruta para no entender lo que es justo o no, para mi está haciendo diferencias entre hijos- me dijo aguantando un par de lagrimones inoportunos.
Yo no le dije que ya desde niños hacía diferencias entre sus hijos, un defecto muy común entre las madres. No le conté que todos nos dábamos cuenta de ello, que estábamos cansados de escuchar a su madre que el más pequeño "era una luz", "que tenía una gracia natural"..."es tan cariñoso...tan inteligente", lo recuerdo hasta yo, que tenía para la época unos trece años, o tal vez catorce, y recuerdo los comentarios de mis padres y a fuerza de repetirlo algunos lo creyeron durante muchos años, incluso yo.
Pero al volver a la Argentina ya con casi treinta años y algo más de mundo recorrido, pude descubrir que ese niño brillante, con tanta fama contraída desde la niñez, era un fraude encubierto, era un pícaro que sonría muy seguro de si mismo, un vulgar abusador del cariño que su madre supo inculcar en los demás. El chico no era brillante, ni de niño ni de mayor, solo que se le reían todas las gracias y se apoyaban sus acciones. En cambio el otro hijo era terco y decía cosas demasiado sinceras, de las que suelen doler, no era simpático, pero si muy auténtico y bonachón, lo que a esto último se lo designaba como estupidez. El pequeño era otra cosa, siempre decía lo que los otros esperaban que dijera. Yo los conocí a los dos y me juego por el mayor.
Es muy humano y comprensible que las madres quieran más a un hijo que otro, puede haber para ello muchas razones que lo justifiquen, o no, porque "los sentimientos no suelen ir de la mano con las razones".
Lo malo es que cosas como estas no estén bien vistas para decir o escribir, lo malo es seguir escuchando de parte de madres y padres aquello de "los quiero a todos igual", que habrá casos, por supuesto, pero que también hay de los otros y son muchos más de lo que se cree, ¡seguro! lo que pasa es que no es políticamente correcto reconocerlo y menos expresarlo.
Hoy el mayor de los dos hermanos está destrozado, no entiende porque su madre se inclinó hacia el lado del menor y yo no quise echarle gasolina al fuego y decirle "siempre fue así", por lo que opté por mentirle y darle una esperanza.
-Tranquilo...tu vieja será dará cuenta... y cambiará-
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