Carroñeros
Hay días para pensar que este oficio nuestro es cosa de carroñeros. Puede que la primera vez que experimenté con fuerza esa sensación fue hace muchos años cuando durante el verano me fue encomendada la sección de necrológicas (hoy obituarios de un periódico). Yo cobraba mis reseñas a tanto la pieza y aquél fue un verano con una pródiga cosecha de muertos célebres y los más célebres suponían al menos una página completa del diario, lo que aumentaba las ganancias del redactor convertido en sepulturero interino y a destajo. Se me cayó el alma a los pies (los periodistas, sobre todo los jóvenes aún teníamos alma en aquellos días) cuando al entrar en la redacción, un compañero me felicitó con estas palabras. “Enhorabuena, hoy se ha muerto Atahualpa Yupanqui”.
El periodismo de opinión tiene sus ventajas. El columnista no se siente forzado a escribir sobre el tema dominante y puede partir para su crónica desde cualquier resquicio de la actualidad o salir directamente de paseo, de vez en cuando, por los cerros de Úbeda. Pero hay noticias que golpean directamente en el corazón (los periodistas, al menos algunos periodistas, todavía tenemos corazón) sucesos que imponen su ominosa presencia cuando el opinador se dispone a escribir un artículo frívolo y ligero como corresponde a la estación veraniega.
Ya saben de qué estoy hablando, de qué voy a hablarles. Del accidente ferroviario de Santiago de Compostela que desgranó con terrible cuentagotas una larga procesión de muertos. Pasados los primeros momentos de conmoción se hacen inevitables las preguntas y las conjeturas inquietantes, preguntas peligrosas que de momento no tienen respuesta y que posiblemente (primera conjetura) nunca sean suficientemente respondidas, preguntas que se escuchan en los mentideros de la calle y quedan confinadas en la letra pequeña de la información. Cuestiones vidriosas que cuando se plantean públicamente pueden generar respuestas airadas y desautorizaciones tan tajantes como hipócritas.
Nos preguntamos si el retraso de un tren de alta velocidad, retraso que podría generar el reintegro del importe del billete tuvo algo que ver con el exceso de velocidad, queremos saber porqué no funcionó (si es que existía) un sistema de control que impidiera desbocarse al convoy. Nos planteamos si los recortes en el mantenimiento de las líneas férreas habrán tenido que ver con el siniestro, si la alta velocidad se está haciendo con demasiadas prisas, entre otras cosas para compensar el desmantelamiento de itinerarios menos rentables… Preguntas que están en el aire enrarecido de nuestras calles y que nos pesan. Se avecinan las explicaciones, las coartadas, o las investigaciones trucadas como la del accidente del Metro de Valencia. La reapertura de este último proceso se produjo a raíz de un reportaje televisivo del periodista Jordi Evole. Todavía hay esperanzas para este nuestro oficio de carroñeros al servicio del lector.
Moncho Alpuente.
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