Los pasillos del pirulí
La tertulia de ‘24 horas’ suele ser amable, ¿qué ocurrió para que no fuera así con el líder de Podemos?
Los micrófonos de RTVE deberían estar, estos días, en los pasillos. Los
pasillos siempre han sido necesarios en los centros de trabajo. En los pasillos
es donde primero se sentía el runrún de los cambios laborales; en los pasillos
se ligaba, se tomaba el café o se echaba un cigarrito cuando aún se podía; en
los pasillos se desahogaban los malos rollos; en los pasillos rumiaban su
desgracia aquellos que habían sido defenestrados; también rondaban los que
estaban esperando ser premiados con un cargo.
En el pasillo se caminaban los pensamientos: se pensaba la primera frase que se dedicaría a los oyentes o a un jefe en un despacho. En el pasillo se tomaba aire, o se lloraba, también se lloraba; en el pasillo había escaqueo, aunque en ocasiones se celebraban reuniones en unos sofás de cuero en los que, en otras, daban ganas de disfrutar la siesta del obispo. Quien esto escribe echó en ellos más de una cabezada, porque los horarios de la radio y de la tele pueden ser como los de los hospitales, los bomberos o las funerarias. Horarios contra natura. Hablo de los pasillos de Prado del Rey, que tanto juego daban y dan. En ellos se hablaba mucho de política, o de politiqueo, porque los políticos, en su alternancia, al desembarcar tras su triunfo, metían mucho las narices en eso que no deberían meterlas jamás: la radiotelevisión pública. Servidora, que siempre hizo compatible el trabajo con el zascandileo, hice mucho pasillo, en toda la extensión de la palabra.
En estos tiempos que corren, y corren más deprisa que antaño porque el universo político se está volviendo del revés, los pasillos del Pirulí echan humo. Ya no es humo del tabaco, como entonces, sino ese mal humo que procede de un cabreo generalizado. Es allí donde, reitero, habría que poner micrófonos, porque poco sabemos de cómo están viviendo los profesionales de la radiotelevisión pública esta degeneración ideológica a la que están siendo sometidos. Ya se ha dicho una y mil veces: manipular se manipuló siempre (aunque hubo épocas de más elegancia), no sólo en los informativos, sino en la programación general, esa que ahora se podría definir como “reposición” general, porque es lamentable el espectáculo de una televisión pública alimentada en tan alto porcentaje por programas caducados que ya no definen a la España de ahora y que harían pensar a un recién llegado a nuestro país que vivimos aún en los setenta. Hubo, también lo sabemos, un periodo de relajo y entusiasmo cuando los socialistas de la última hornada entendieron que había una relación directa entre la falta de intervención política y la mejora en el nivel de los informativos; yo diría que también en la satisfacción laboral de los trabajadores.
Subieron las audiencias, pero el Partido Popular no entendió que esa fuera razón suficiente para mantener a los periodistas que había frente a programas y noticiarios y arrambló con todo y todos. Se volvió a la manipulación impúdica del espacio público colocando aquí y allá a informadores, contertulios y directivos afines al partido gobernante. La audiencia cayó en picado. Y en esas estamos. Es triste. Triste por lo que los espectadores y oyentes hemos perdido, pero también porque detrás de esas noticias manipuladas están los mismos profesionales de siempre cuyo trabajo ahora es examinado con lupa. Aunque el esfuerzo manipulador, mira tú, ha sido en vano, dado que las encuestas dicen que la intención de voto al PP cae en picado. Será que hay una voluntad de morir matando. Qué ceguera y qué torpeza. La tertulia de 24 horas, esa de la que tanto se ha hablado esta semana, suele tener un tono amable que se ajusta bien a los espíritus ansiosos, dado que los debates encendidos tienden a robar el sueño. Hay algunos contertulios razonables, los hay, y se escuchan de cuando en cuando opiniones sensatas e interesantes.
¿Qué ocurrió entonces para que el habitual ambiente de cordialidad se viera alterado por la presencia del líder de una nueva formación política al que se le hizo un tercer grado que nunca se aplica a otros invitados? Más allá de la ya célebre “enhorabuena” por la excarcelación de presos de ETA, ¿por qué se le preguntó varias veces y en tono de interrogatorio policial si era o no comunista? ¿Es que no se puede hoy ser comunista en España? ¿Qué dirían a eso los actores de la Transición que legalizaron el partido? Entiendo que se quiera conocer la verdadera naturaleza ideológica de una nueva formación, pero ¿cabe en un medio público un tono de hostilidad tan notorio? La noche anterior, siendo la diputada del PP Celia Villalobos el personaje invitado al programa, el presentador permitió caballerosamente que Villalobos echara varias broncas desabridas a los contertulios al ser preguntada, como es lógico, por la corrupción que carcome su partido. Fabuloso: se pide perdón por el pecado, pero luego una se cabrea cuando se lo sacan a relucir. Sólo le faltó a la señora Villalobos convocar a gritos al chófer Manolo (¡Manoloooo!) para darle cerrojazo a la entrevista. Al caso Gürtel la diputada contraatacó con la beca de Errejón. Miren, esto no es serio. ¿Existe una posibilidad, por pequeña que sea, de que un político en el poder conteste a lo que se le pregunta sin escudarse en Podemos?
En el pasillo se caminaban los pensamientos: se pensaba la primera frase que se dedicaría a los oyentes o a un jefe en un despacho. En el pasillo se tomaba aire, o se lloraba, también se lloraba; en el pasillo había escaqueo, aunque en ocasiones se celebraban reuniones en unos sofás de cuero en los que, en otras, daban ganas de disfrutar la siesta del obispo. Quien esto escribe echó en ellos más de una cabezada, porque los horarios de la radio y de la tele pueden ser como los de los hospitales, los bomberos o las funerarias. Horarios contra natura. Hablo de los pasillos de Prado del Rey, que tanto juego daban y dan. En ellos se hablaba mucho de política, o de politiqueo, porque los políticos, en su alternancia, al desembarcar tras su triunfo, metían mucho las narices en eso que no deberían meterlas jamás: la radiotelevisión pública. Servidora, que siempre hizo compatible el trabajo con el zascandileo, hice mucho pasillo, en toda la extensión de la palabra.
En estos tiempos que corren, y corren más deprisa que antaño porque el universo político se está volviendo del revés, los pasillos del Pirulí echan humo. Ya no es humo del tabaco, como entonces, sino ese mal humo que procede de un cabreo generalizado. Es allí donde, reitero, habría que poner micrófonos, porque poco sabemos de cómo están viviendo los profesionales de la radiotelevisión pública esta degeneración ideológica a la que están siendo sometidos. Ya se ha dicho una y mil veces: manipular se manipuló siempre (aunque hubo épocas de más elegancia), no sólo en los informativos, sino en la programación general, esa que ahora se podría definir como “reposición” general, porque es lamentable el espectáculo de una televisión pública alimentada en tan alto porcentaje por programas caducados que ya no definen a la España de ahora y que harían pensar a un recién llegado a nuestro país que vivimos aún en los setenta. Hubo, también lo sabemos, un periodo de relajo y entusiasmo cuando los socialistas de la última hornada entendieron que había una relación directa entre la falta de intervención política y la mejora en el nivel de los informativos; yo diría que también en la satisfacción laboral de los trabajadores.
Subieron las audiencias, pero el Partido Popular no entendió que esa fuera razón suficiente para mantener a los periodistas que había frente a programas y noticiarios y arrambló con todo y todos. Se volvió a la manipulación impúdica del espacio público colocando aquí y allá a informadores, contertulios y directivos afines al partido gobernante. La audiencia cayó en picado. Y en esas estamos. Es triste. Triste por lo que los espectadores y oyentes hemos perdido, pero también porque detrás de esas noticias manipuladas están los mismos profesionales de siempre cuyo trabajo ahora es examinado con lupa. Aunque el esfuerzo manipulador, mira tú, ha sido en vano, dado que las encuestas dicen que la intención de voto al PP cae en picado. Será que hay una voluntad de morir matando. Qué ceguera y qué torpeza. La tertulia de 24 horas, esa de la que tanto se ha hablado esta semana, suele tener un tono amable que se ajusta bien a los espíritus ansiosos, dado que los debates encendidos tienden a robar el sueño. Hay algunos contertulios razonables, los hay, y se escuchan de cuando en cuando opiniones sensatas e interesantes.
¿Qué ocurrió entonces para que el habitual ambiente de cordialidad se viera alterado por la presencia del líder de una nueva formación política al que se le hizo un tercer grado que nunca se aplica a otros invitados? Más allá de la ya célebre “enhorabuena” por la excarcelación de presos de ETA, ¿por qué se le preguntó varias veces y en tono de interrogatorio policial si era o no comunista? ¿Es que no se puede hoy ser comunista en España? ¿Qué dirían a eso los actores de la Transición que legalizaron el partido? Entiendo que se quiera conocer la verdadera naturaleza ideológica de una nueva formación, pero ¿cabe en un medio público un tono de hostilidad tan notorio? La noche anterior, siendo la diputada del PP Celia Villalobos el personaje invitado al programa, el presentador permitió caballerosamente que Villalobos echara varias broncas desabridas a los contertulios al ser preguntada, como es lógico, por la corrupción que carcome su partido. Fabuloso: se pide perdón por el pecado, pero luego una se cabrea cuando se lo sacan a relucir. Sólo le faltó a la señora Villalobos convocar a gritos al chófer Manolo (¡Manoloooo!) para darle cerrojazo a la entrevista. Al caso Gürtel la diputada contraatacó con la beca de Errejón. Miren, esto no es serio. ¿Existe una posibilidad, por pequeña que sea, de que un político en el poder conteste a lo que se le pregunta sin escudarse en Podemos?
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