El soberanismo se consolida
Sacar a la calle durante tres años consecutivos a centenares de miles de personas no tiene precedente
La Diada 2014 ha confirmado que se precipitaron quienes venían anunciando el
declive del movimiento soberanista. Sacar a la calle durante tres años
consecutivos a centenares de miles de personas con una misma reivindicación no
tiene precedente en la historia democrática europea. Confirma la solidez del
apoyo ciudadano al llamado proceso y pone en duda la estrategia de los que
confiaban en que la aventura moriría en la frustración, sin necesidad de dar
respuesta alguna. La gente ha demostrado tenacidad y compromiso para seguir
activa hasta que llegue una solución política. Quizás algún día a Rajoy le
formulen la misma pregunta que a Cameron: ¿por qué no ha sido capaz de proponer
nada hasta ahora?
Hace dos años decíamos que en el fondo había un problema de reconocimiento, que lo que la ciudadanía pedía era que Cataluña fuera aceptado como sujeto político pleno y que, a partir de ahí, se podían encontrar soluciones más o menos satisfactorias para todos. El PP optó por el rechazo y el desdén. Y el movimiento se ha consolidado. En esta ocasión, se ha dado además la convergencia en la calle del movimiento independentista y de los nuevos movimientos sociales de izquierda. No sólo de patria viven los humanos.
Este 11 de septiembre tenía en su punto de mira el 9 de noviembre fecha señalada en el calendario como día de la consulta. El éxito de la movilización aumenta la presión. Empieza una escalada verbal que alcanzará su punto álgido en el momento en el Gobierno español y el Tribunal Constitucional suspendan la convocatoria. Hasta entonces se libraran dos batallas: con Madrid por la consulta y entre los partidos soberanistas por suspenderla o no. La decisión del Gobierno español de exhibir línea dura alimenta la polarización y refuerza la posición binaria que busca el independentismo. Todo proceso de secesión requiere, en algún momento, una ruptura con la legalidad vigente. Pero se equivocarían los independentistas si pensaran que las relaciones de fuerza están ya en el punto de ruptura. Lo más probable es que en algún momento se tome la decisión de no celebrar un referéndum ilegal, que podría ser un suicidio para el soberanismo. ¿Volverán los ciudadanos a la calle cuando esto se produzca o asumirán con realismo las decisiones políticas? Lo que ocurra dará muchas pistas de futuro. Y configurará la secuencia del calendario hasta unas elecciones autonómicas. Pero la pregunta es: ¿en qué momento el Gobierno español considerará que las fuerzas ya se han tentado suficientemente y que es hora de pasar de las prohibiciones a la política? Política quiere decir, en este caso, el reconocimiento de Cataluña como sujeto político. Y, a partir de aquí, buscar con un poco de atrevimiento una solución compartible. ¿Por qué nadie quiere explorar la figura del estado libre asociado?
Hace dos años decíamos que en el fondo había un problema de reconocimiento, que lo que la ciudadanía pedía era que Cataluña fuera aceptado como sujeto político pleno y que, a partir de ahí, se podían encontrar soluciones más o menos satisfactorias para todos. El PP optó por el rechazo y el desdén. Y el movimiento se ha consolidado. En esta ocasión, se ha dado además la convergencia en la calle del movimiento independentista y de los nuevos movimientos sociales de izquierda. No sólo de patria viven los humanos.
Este 11 de septiembre tenía en su punto de mira el 9 de noviembre fecha señalada en el calendario como día de la consulta. El éxito de la movilización aumenta la presión. Empieza una escalada verbal que alcanzará su punto álgido en el momento en el Gobierno español y el Tribunal Constitucional suspendan la convocatoria. Hasta entonces se libraran dos batallas: con Madrid por la consulta y entre los partidos soberanistas por suspenderla o no. La decisión del Gobierno español de exhibir línea dura alimenta la polarización y refuerza la posición binaria que busca el independentismo. Todo proceso de secesión requiere, en algún momento, una ruptura con la legalidad vigente. Pero se equivocarían los independentistas si pensaran que las relaciones de fuerza están ya en el punto de ruptura. Lo más probable es que en algún momento se tome la decisión de no celebrar un referéndum ilegal, que podría ser un suicidio para el soberanismo. ¿Volverán los ciudadanos a la calle cuando esto se produzca o asumirán con realismo las decisiones políticas? Lo que ocurra dará muchas pistas de futuro. Y configurará la secuencia del calendario hasta unas elecciones autonómicas. Pero la pregunta es: ¿en qué momento el Gobierno español considerará que las fuerzas ya se han tentado suficientemente y que es hora de pasar de las prohibiciones a la política? Política quiere decir, en este caso, el reconocimiento de Cataluña como sujeto político. Y, a partir de aquí, buscar con un poco de atrevimiento una solución compartible. ¿Por qué nadie quiere explorar la figura del estado libre asociado?
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