extracto de mi próxima novela.....
La niebla la cubre todo, el
barranco, las montañas, la casa del vecino, apenas si un gris oscuro me indica
que allá están los cinco eucaliptos y lo sé porque los veo cada mañana, solo
por eso, porque hoy todo es blanco y quietud. Tiempo extraño para esta época
del año.
Intento resistirme a la
tentación de beber mis tres cafés de cada mañana, porque dicen que es malo
cuando uno amanece con "retorcijones" y truenos intestinales que anuncian
tormenta, y que como mí triperío es de fiar, y no como los políticos que anuncian y no cumplen,
tuve que salir por patas al baño, para no verme en esa vergonzosa situación,
agravada por causas de la edad, porque si un niño se hace encima se lo entiende
y se lo consuela, si le sucede a un joven, se convierte en una anécdota
graciosa, pero si un viejo como yo, pasa por esa situación lo menos que escucha
es que “está decrépito”, y nuestros seres queridos ya se ponen molestos
insistiendo para que vaya al intestinólogo.
“Porque no es normal…algo te
pasa”, dirá ella. Porque querer me quiere, pero tiene una gran necesidad de
protegerse y vengarse, si vengarse, porque vive dándome consejos protectores a
los que no les presto ninguna atención y para ella sería un alivio poder decir…
“¡te lo dije!”
“Vete al médico que tienes tiempo”, dirá mi
hijo. Que a mí me suena a…“estás al pedo todo el día”, cosa que comprendo
porque él vive escaso de tiempo y tiene que darle salida a su envidia.
“A mi abuelo le pasó y a los
tres meses se…” dirá mi nuera que me quiere mucho.
El caso es que los viejos somos descarte, una
molestia, un mueble viejo al que no se le encuentra un lugar… pero, no es así,
los viejos tenemos muchas cosas por las cuales vale la pena vivir y muchos
secretos por los que disfrutar y a menos que cumplas esa regla que dice que “el
gilipollas es un gilipollas igual por muchos años que viva”, algo aprendimos,
aunque algunos siguen igual, son los mismos pero más viejos, o peor, porque en
la vejez todos los defectos se acrecientan.
La vejez es esa etapa donde
uno ya sabe y acepta que al no haber tiempo de prórroga, uno debe aprovechar el
partido, por eso aprendemos a dejar de lado lo banal y nos centramos en lo
importante, podemos separar el trigo de la paja y el ruido de las nueces, lo
que nos permite una libertad casi sin límites, otra de las ventajas de la vejez
es que ya no tenemos que demostrar nada y a menos que seas un tonto sin
remedio, eso te alivia el recorrido.
Y me remito a un pequeño
ejemplo que todos y todas deseamos y expresamos alguna vez en nuestra plenitud
de vida y de lucha ¡Qué ganas de rascarme los güevos! (o en su versión
femenina) ¡y no lo hicimos!, algo tan sencillo, elemental, sustancioso,
placentero ¿y nos privamos de ello?, pues bien, ahora que soy un jubilado me
los rasco a placer, en casa, en el correo, en la plaza, en la cola de la caja
en el supermercado, donde me nazca rascarme, ahí estoy yo…¡que placer!. Y no es
por falta de baño, ni por insectos invasores, ni por estar paspado, ni por
pústulas, no, no por nada, de puro placer nomás, y más me rasco y más disfruto
con la cara de espantadas señoras, de sonrientes jóvenes, de señores
respetables y tiesos que me miran con asco y una envidia… ¡Qué te cagas!
La vejez hay que
aprovecharla, es la última oportunidad de darnos todos los gustos y no dejar
nada pendiente para el más allá. Y consciente de ello hace unos días me di un
gustazo, era una fantasía que tenía archivada desde la niñez, porque siempre
fui muy creativo, aunque mi abuela que era una gallega dura, tiesa, de rosario
y misa, me catalogó de “loquiño”, y como suele suceder ese mote me quedó para
siempre, porque si algo tienen las familias tradicionales es lo de los motes de
por vida. El caso es que yo estaba rascándome y pensando que la tarde pintaba
para aburrida al cuadrado y que la podía perder, y entonces razoné, “no es
bueno perder una tarde calurosa, “tarde que se pierde tarde que no regresa”,
eso me dio el valor que me faltaba, eso y el saber que sería recordado en este
pueblo pacato y antiguo.
Conocedor de tantos años de
mi cuerpo y sus reacciones, le di alas a la primera parte de mi plan, comí
doscientos gramos de queso gruyere con una salsa de ajo y unos minutos después
me encaminé a la plaza con pasos ligeros y juveniles, apurado por una inminente
necesidad. Vislumbré la fuente con sus chorros de agua rítmica que tentaban con
su frescor. Entré con mucho cuidado en la fuente porque el piso estaba lleno de
musgo resbaladizo y traicionero, el agua me llegaba a las rodillas, disfruté
unos momentos de la mirada de extrañeza que causaba a las personas que llenaban
los bancos a la sombra de los plátanos, o a los que dormitaban o se llenaban y entremezclaban
en caricias, sobre el césped bajo los tilos.
Entonces me deje llevar por
mi momento de gloria y fui a más, me bajé mis pantalones y mis calzoncillos a
cuadros, mis boxers a cuadros, como dice mi hijo que se llama ahora a los
calzoncillos de toda la vida, el caso es que me incliné y dejé que mis
protuberantes nalgas penetraran en el frescor.
Fue un alivio indescriptible,
las burbujas me acariciaban el ojo oculto por el pudor y las buenas costumbres,
eran caricias juguetonas y hasta risueñas que cosquilleaban mis intimidades
ovaladas. Algunos empezaron a aplaudir, otros a protestar con abucheos, otros
menos considerados me atacaban con insultos y como me enteré después, no faltó
la vieja beata que llamó a la policía.
Aunque este no fue el
problema mayor, lo duro fue soportar las críticas, la denuncia y el juicio al
que me vi sometido por los ecologistas de “Pájaros sin Fronteras”. La acusación
fue por matar a seis gorriones y tres palomas con gases tóxicos. Pero gané el
juicio, por que no había arma homicida.
Debo confesar que todo lo
que sucedido me gustó, y esto fue un gran problema para mí, mi esposa no entendió
esa desesperada necesidad de echarme unos cuescos en la fuente. Todas las personas deberíamos hacerlo de vez en cuando. Esa fue la
primera vez que la internaron de urgencia............................................................................................
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