sábado, 10 de marzo de 2018

Con una sociedad enferma, no habrá un país sano.

En lugar de Sudamerica cuyo nombre prefiero no acordarme, es común escuchar frases tajantes, dichas sin ningún rubor en cualquier lado, incluso delante de los niños. Las frases que se repiten no las puedo reproducir aquí porque las normas de la red, me clausurarían el blog y como eso ya me sucedió una vez con "En el reino de los lelos", evitaré que también me cierren este, pero confío en que usted sepa poner las palabras que faltan, no hace falta mucha imaginación, se lo garantizo. En ese lejano lugar mucha gente justifica que un policía le tire a un ladrón por la espalda, o asesinen a un niño de once años que va de paquete (acompañante) en una moto y al cual otro policía le dispara un tiro en la nuca, sin preaviso de detención, un niño que venía de ver una carrera ilegal de motos. Estos casos pondrían en pie a una sociedad sana, sin embargo en ese lugar muchos reaccionan diciendo..."¡está bien! a esos........ hay que matarlos a todos". Y todos siguen viviendo de un modo que les parece normal, envueltos en "sus" valores y respetuosos de unos derechos humanos a su medida. En ese país se puede matar a un indígena por reclamar las tierras que le pertenecieron durante siglos, unas tierras que les fueron arrebatadas de manera violenta y que pasaron a ser de un terrateniente, muchas veces extranjero y rico o para una multinacional que se llevará el fruto que le otorgue esa tierra y después de una explotación sin miramientos se irá a buscar nuevas tierras, dejando en ese lugar un erial, yermo, inservible y contaminado.
En ese lejano lugar hay millones de personas enfermas, pero no lo saben, les han educado mal, los convencieron de que el mundo es así como lo ven ellos, entonces, es lógico que les parezca que vivir como viven es normal, que sus ideas están basadas en el exacto equilibrio de la moral cristiana y que nada de lo que dicen y piensan se pueda incluir en una mentalidad taliban.
En ese lugar el racismo es normal, una raza blanca, minoritaria y exclusiva brama sin inmutarse...¡hay que matar a estos....... de mierda!.
Incluso en ese país se puede observar a gente blanca, trabajadores pobres, que apenas llega a fin de mes por los sueldos miserables que les pagan, de secretos y vergonzosos orígenes europeos, decir con normalidad que ellos son lo parte buena de la sociedad, que están en un lugar de privilegio, que son la representación de una clase social que llena de orgullo al país, y que todo el que no sea como ellos, se los puede incluir en esa frase tan común...¡hay que matarlos a todos!. Un país intolerante es un país enfermo y sin posibilidades de curación, porque para curarse, primero hay que saber que se está enfermo, aceptarlo, y después, si se puede, intentar curarse.
Sin embargo, algo vislumbran y a veces tienen dudas de su estado de salud mental, se les revuelven las tripas de una moral movible y acomodaticia y entonces apoyan la detención de dos lesbianas que osan besarse en público y otras veces no ven a los curas pederastas, unas veces aplauden la detención de un drogadicto que ni sabe lo que hace y otras aplauden y envidian al capo de la droga que viaja en avioneta privada y se codea con políticos corruptos, no solo los envidian sino que además los votan si aspiraran a gobernar. Es un lugar lejano y extraño donde todo se confunde y se mezcla, porque ese proceder encaja dentro de una forma de pensar que impulsa el triunfo económico sobre todo lo demás.
Ese lugar lejano del que no quiero acordarme está lleno de personas que agitan banderas patrias, y si uno no comparte esa idea, puede incluso que lo maten por no amar ese símbolo, sin embargo, esos mismos patriotas no son capaces de atacar a los traidores que venden el país como si fuera un producto más en una feria.
Hace no muchos días vi una serie italiana (Gomorra) donde un mafioso besaba el crucifijo que llevaba colgado del cuello y unos segundos después le descerrajaba dos tiros a una niña de diez u once años. Luego se fue a su casa, tan tranquilo y sin arrepentimientos. Al llegar, besó a sus hijos pequeños, casi de la misma edad que la niña que acababa de asesinar. ¡Que enfermo! pensé. El mafioso no tenía dudas de que había actuado correctamente.
Este mismo proceder, llevado a otros ejemplos, lo vemos a diario en ese lugar lejano del que prefiero no recordar su nombre.
José Trillo Aran.

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