En nuestra cultura solemos marcar a fuego desde la niñez ciertos valores que debemos respetar sin miramientos ni posibilidad de discutirlos. Una de ellas es que a los mayores no se les debe reclamar ni exigir ciertos comportamientos, ni hacerles reclamos "por respeto". Los mayores entonces pasan a tener un estatus que a veces no merecen, porque eso de que a mayor acumulación de años vividos se acompaña una experiencia de vida y una sabiduría superior, puede ser, o no, otra de las tantas mentiras en las que basamos nuestra diaria existencia. Este error es casi una tradición educativa y como tal no se discute. Otro error educativo es calcular la valía de una persona por el alcance de un titulo universitario o porqué alcanzó un lugar destacado en la sociedad, otro axioma que se desarma fácil, pues seguramente usted, como yo, hemos conocido algunos "ZOQUETES CON TITULO", algo mucho más frecuente de lo que uno cree. Muchas personas dan por finalizada su instrucción y educación alrededor de los años de la meta universitaria que cumplieron y de ahí en adelante se seguirán cultivando lo justo y necesario para mantenerse al día en su vida laboral, dejando de lado la interminable educación personal y humana que requiere su avance como ser humano. Esto está bien visto y normalmente no es tema de discusión. El hijo de un mediocre que fue educado en valores elementales de la supervivencia, con firmes preceptos religiosos y sociales de la aldea, ya es una persona admirada si logra obtener un titulo universitario, aunque en todo lo demás siga siendo un arado del siglo XVI que abre el surco de la mediocridad para sembrar más semillas del "estate quieto". En la sociedad española y por derivación en las de latinoamérica solemos cometer un error grave al momento de catalogar y clasificar a las personas, si es religioso y trabajador, ya es buena gente y eso ya le da la posibilidad de ser un ejemplo familiar y social, aunque sea intolerante, cerrado y débil, aunque su bondad haga daño consciente o inconsciente a los que piensan y actúan diferente, la educación tradicional le otorgó esa posibilidad de sentirse superior y juez/a y los mediocres "nunca desperdician la oportunidad cuando se les otorga algo de poder". Como siempre hago en mis escritos, suelo acompañarlos de algún ejemplo: he visto llorar amargamente a una mujer por sentirse la más miserable de las mujeres, rechazada por su familia y el entorno de supuestos amigos, por haber cometido el pecado de divorciarse, su juez, católico hasta la idiotez, se tomó las atribuciones que la daba la tradicional postura de hombre respetable y la castigó a placer con su perorata de moral y honestidad y... todo el resto de parientes y supuestas amistades, ni siquiera abrieron la boca para defenderla, aunque si lo hicieron para cuchichear". Hoy, muchos años después los hijos, muchos de ellos con títulos universitarios, siguen pensando igual, juzgando sin cambiar una coma o un punto de lo adquirido como bien familiar.
Solo un ateo, descalificado, abrió la boca. Ese ateo, hoy, después de treinta y tantos años después de aquel suceso, sigue siendo mal visto por la familia tradicional, cristiana y española a más no poder. En cambio, ese baluarte de la familia y la sociedad, que le hizo un daño enorme a esa mujer y simbólicamente ¡la quemó en la hoguera!, ese baluarte, hoy sigue siendo "un gran hombre" de misa diaria, confesión y comunión y el muy pendejo cree que habrá un lugar para él en el cielo. Ni el ni su entorno sabe porque esa mujer se divorció, ni él ni su entorno sabe quien era y que hacía el marido de esa mujer, ni él ni su entorno sabe que el hijo estuvo a punto de cortarle el cuello al juez santulón y de paso y para no enfriarse rebanar a su marido, y si no lo hizo fue porque su madre se lo pidió llorando...y de rodillas.
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