Hace unos días fui a visitar a don Braulio, un viejo de esos que trabajaron duramente durante nada más ni nada menos que sesenta años consecutivos, porque comenzó a merecerse el gofio y las lentejas a los once años y en las áridas tierras de Lanzarote supo convertir su sudor en el dulzor fresco y seco de las uvas, como es de esperar, para la gente nacida y criada en aquellos años, apenas sabía leer y escribir, lo que no le restó nada para desarrollar una mente clara y un pensamiento tan libre que le acarreó problemas con el franquismo y la iglesia, apenas sabía escribir su nombre y los números, pero le alcanzó para darlo todo por su familia, por Lanzarote y por España, porque una cosa es la instrucción y otra la inteligencia.
Mientras hablaba con él, miraba sus manos huesudas y encorvadas de tiempo y herramientas por el dorso y callos pétreos por dentro y pensaba en tantos hombres y mujeres que pasaron sus vidas valiosas en el anonimato.
-¿Y ahora que piensa? ¿lo hizo bien?-
- Si lo supiera... me iría mas tranquilo, pero cuando veo a mis nietos en escuelas católicas...-
- Lo bueno, digo yo, fue que usted le diera a elegir a sus hijos ¿no le parece?-
- Puede que usted tenga razón...no lo se...-
- ¡Quedese tranquilo don Braulio! usted los crió, les ayudó a fortalecer las alas, pero un padre no puede obligar a volar.-
- Lo mismo me dijo don José, el escritor...¿lo conoció?-
-No se a quien se refiere.-
- Al señor Saramago, el portugués.-
- No tuve la fortuna...pero un sabio sin duda.-
- Y sencillo, muy sencillo.-
Hoy me enteré que en el Hospital Negrin, en Las Palmas, ha muerto don Braulio. Un sabio, sencillo y entrañable como deberían ser todos los sabios. Agradezco a la vida el haberlo conocido y que sin saber leer o escribir me haya regalado tantas enseñanzas. Aunque debo confesar que me apena mas su tristeza que su muerte. Debe ser muy duro para un águila criar pichones de canarios que pasarán su vida enjaulados.
¡hasta siempre don Braulio!
José Trillo Aran.
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