El papa Francisco: “El sistema económico ya no se aguanta”
Palabra de Bergoglio El pontífice cuestiona al capitalismo actual porque descarta a jóvenes negándoles el trabajo y a los ancianos porque no producen. “Es un sistema que debe hacer la guerra para sobrevivir”, aseveró.
Fiel a su prédica contra la deshumanización de la vida global, el papa Francisco cuestionó el funcionamiento del capitalismo que pone al dinero como centro del sistema y rechaza al hombre como “mero descarte”, en particular a los jóvenes y a los ancianos. “El sistema económico ya no se aguanta”, sostuvo el pontífice argentino. “Este pensamiento único nos quita la riqueza de la diversidad de pensamiento y por lo tanto la riqueza de un diálogo entre personas. La globalización bien entendida es una riqueza. Una globalización mal entendida es aquella que anula las diferencias”, afirmó en su largo diálogo con La Vanguardia.
–¿Qué puede hacer la Iglesia para reducir la creciente desigualdad entre ricos y pobres?
–Está probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene hambre. Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos se agarra la cabeza. Creo que estamos en un sistema mundial económico que no es bueno. En el centro de todo sistema económico debe estar el hombre y lo demás debe estar a su servicio. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el centro. Hemos caído en un pecado de idolatría. La economía se mueve por el afán de tener más y, paradójicamente, se alimenta una cultura del descarte. Se descarta a jóvenes cuando se limita la natalidad.
–También a los ancianos...
También se descarta a los ancianos porque ya no sirven, no producen… Al descartar a los chicos y a los ancianos, se descarta el futuro de un pueblo porque los chicos van a tirar hacia adelante y porque los ancianos nos dan la sabiduría, tienen la memoria de ese pueblo y deben pasarla a los jóvenes. Y ahora está de moda descartar a los jóvenes con la desocupación.
-¿En qué sentido lo dice?
–A mí me preocupa mucho el índice de paro de los jóvenes, que en algunos países supera el 50%. Alguien me dijo que 75 millones de europeos menores de 25 años están en paro. Es una barbaridad. Pero descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿ Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean.
–Algunos dicen de usted que es un revolucionario.
–Deberíamos llamar a la gran Mina Mazzini, la cantante italiana, y decirle prendi questa mano, zingara (NdR: “toma esta mano, gitana”) y que me lea el pasado, a ver qué hay (risas). Para mí, la gran revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir el día de hoy. No hay contradicción entre ser revolucionario e ir a las raíces. Más aún, creo que la manera para hacer verdaderos cambios es la identidad. Nunca se puede dar un paso en la vida si no es desde atrás, sin saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso tengo.
–Usted rompió normas de seguridad para acercarse a la gente.
–Recuerdo que en Brasil me prepararon un papamóvil cerrado, con vidrio, pero yo no puedo saludar a un pueblo y decirle que lo quiero (si estoy) dentro de una lata de sardinas. Es un muro. Es verdad que algo puede pasarme, pero seamos realistas: a mi edad no tengo mucho que perder.
–¿Por qué es importante que la Iglesia sea pobre y humilde?
–La pobreza y la humildad están en el centro del Evangelio. No se puede entender el Evangelio sin la pobreza. Yo creo que Jesús quiere que los obispos no seamos príncipes, sino servidores.
–¿Cómo se sintió cuando oró por la paz en el Vaticano con líderes israelíes y palestinos?
–Yo sentía que era algo que se nos escapa a todos. Acá, en el Vaticano, un 99% decía que no se iba a hacer y después el 1% fue creciendo. Yo sentía que nos veíamos empujados a una cosa que no se nos había ocurrido.
–¿Por qué eligió meterse en el ojo del huracán que es Oriente Medio?
–El verdadero ojo del huracán, por el entusiasmo que había, fue la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro el año pasado. A Tierra Santa decidí ir porque el presidente israelí (Shimon) Peres me invitó. Yo sabía que su mandato terminaba esta primavera, así que me vi obligado, de alguna manera, a ir antes. Su invitación precipitó el viaje. Yo no tenía pensando hacerlo.
–La violencia en nombre de Dios domina Oriente Medio.
–Es una contradicción. Es algo antiguo. Con perspectiva histórica hay que decir que los cristianos, a veces, la hemos practicado. Cuando pienso en la guerra de los Treinta Años, era violencia en nombre de Dios. Hoy es inimaginable, ¿verdad? Llegamos, a veces, por la religión a contradicciones muy serias, muy graves. Las tres religiones tenemos nuestros grupos fundamentalistas, pequeños en relación a todo el resto.
–¿Y qué opina de ese fenómeno?
–Un grupo fundamentalista, aunque no mate o le pegue a nadie, es violento. La estructura mental del fundamentalismo es violencia en nombre de Dios.
–¿Tiene una pieza reservada en una casa de retiro porteña?
–Sí, en una casa de retiro de sacerdotes ancianos. Yo dejaba el arzobispado a finales del año pasado y ya había presentado la renuncia al papa Benedicto cuando cumplí 75 años. Elegí una pieza y dije: “Quiero venir a vivir acá”. Trabajaré como cura. Ése iba a ser mi futuro antes de ser Papa.
–No le voy a preguntar a quién apoya en el Mundial...
–Los brasileños me pidieron neutralidad (ríe) y cumplo con mi palabra porque siempre Brasil y Argentina son antagónicos.
–¿Cómo le gustaría que le recordara la historia?
–No lo he pensado, pero me gusta cuando uno recuerda a alguien y dice: “Era un buen tipo, hizo lo que pudo, no fue tan malo”. Con eso me conformo.
–¿Qué puede hacer la Iglesia para reducir la creciente desigualdad entre ricos y pobres?
–Está probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene hambre. Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos se agarra la cabeza. Creo que estamos en un sistema mundial económico que no es bueno. En el centro de todo sistema económico debe estar el hombre y lo demás debe estar a su servicio. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el centro. Hemos caído en un pecado de idolatría. La economía se mueve por el afán de tener más y, paradójicamente, se alimenta una cultura del descarte. Se descarta a jóvenes cuando se limita la natalidad.
–También a los ancianos...
También se descarta a los ancianos porque ya no sirven, no producen… Al descartar a los chicos y a los ancianos, se descarta el futuro de un pueblo porque los chicos van a tirar hacia adelante y porque los ancianos nos dan la sabiduría, tienen la memoria de ese pueblo y deben pasarla a los jóvenes. Y ahora está de moda descartar a los jóvenes con la desocupación.
-¿En qué sentido lo dice?
–A mí me preocupa mucho el índice de paro de los jóvenes, que en algunos países supera el 50%. Alguien me dijo que 75 millones de europeos menores de 25 años están en paro. Es una barbaridad. Pero descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿ Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean.
–Algunos dicen de usted que es un revolucionario.
–Deberíamos llamar a la gran Mina Mazzini, la cantante italiana, y decirle prendi questa mano, zingara (NdR: “toma esta mano, gitana”) y que me lea el pasado, a ver qué hay (risas). Para mí, la gran revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir el día de hoy. No hay contradicción entre ser revolucionario e ir a las raíces. Más aún, creo que la manera para hacer verdaderos cambios es la identidad. Nunca se puede dar un paso en la vida si no es desde atrás, sin saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso tengo.
–Usted rompió normas de seguridad para acercarse a la gente.
–Recuerdo que en Brasil me prepararon un papamóvil cerrado, con vidrio, pero yo no puedo saludar a un pueblo y decirle que lo quiero (si estoy) dentro de una lata de sardinas. Es un muro. Es verdad que algo puede pasarme, pero seamos realistas: a mi edad no tengo mucho que perder.
–¿Por qué es importante que la Iglesia sea pobre y humilde?
–La pobreza y la humildad están en el centro del Evangelio. No se puede entender el Evangelio sin la pobreza. Yo creo que Jesús quiere que los obispos no seamos príncipes, sino servidores.
–¿Cómo se sintió cuando oró por la paz en el Vaticano con líderes israelíes y palestinos?
–Yo sentía que era algo que se nos escapa a todos. Acá, en el Vaticano, un 99% decía que no se iba a hacer y después el 1% fue creciendo. Yo sentía que nos veíamos empujados a una cosa que no se nos había ocurrido.
–¿Por qué eligió meterse en el ojo del huracán que es Oriente Medio?
–El verdadero ojo del huracán, por el entusiasmo que había, fue la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro el año pasado. A Tierra Santa decidí ir porque el presidente israelí (Shimon) Peres me invitó. Yo sabía que su mandato terminaba esta primavera, así que me vi obligado, de alguna manera, a ir antes. Su invitación precipitó el viaje. Yo no tenía pensando hacerlo.
–La violencia en nombre de Dios domina Oriente Medio.
–Es una contradicción. Es algo antiguo. Con perspectiva histórica hay que decir que los cristianos, a veces, la hemos practicado. Cuando pienso en la guerra de los Treinta Años, era violencia en nombre de Dios. Hoy es inimaginable, ¿verdad? Llegamos, a veces, por la religión a contradicciones muy serias, muy graves. Las tres religiones tenemos nuestros grupos fundamentalistas, pequeños en relación a todo el resto.
–¿Y qué opina de ese fenómeno?
–Un grupo fundamentalista, aunque no mate o le pegue a nadie, es violento. La estructura mental del fundamentalismo es violencia en nombre de Dios.
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Con el torso desnudo y sus pechos al descubierto se encadenaron a un crucifijo en reivindicación al derecho al aborto.
Cinco frases para destacar de la entrevista a Francisco
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Renuncia el alcalde de Venecia
Acusado de cobrar coimas en la construcción de diques para evitar que la ciudad se hunda, ayer recuperó su libertad, aunque anunció que deja su cargo.
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