El engaño conduce a la perdición
Futbolísticamente desnudo, no tuvo remedio Brasil, preñado por la ira de Scolari
La careta de Neymar solo sirvió para esconder el dolor de Brasil.
“Tristeza não tem fim. Felicidade sim [la tristeza no tiene fin, la
felicidad sí]”. Jugaba en el estadio Mineirão de Belo Horizonte un equipo que
iba vestido y jugaba como si fuera el Flamengo, futbolísticamente muy brasileño,
la reencarnación del Brasil de 1970, dispuesto ya mismo a vengar el Maracaná. A
los 11 minutos ya ganaba por 0-1, a los 23 por 0-2, a los 26 por 0-4 y a los 29
por 0-5. La hinchada verdeamarelha,sin embargo, no paraba de llorar y
el Minerão de 2014 se presentaba como la actualización de Maracaná 1950. No era
Brasil el equipo que goleaba sino Alemania. El escarnio fue mayúsculo y el resultado histórico en el
Mundial.
“Tristeza não tem fim. Felicidade sim”, se escuchaba en el Mineirão mientras que por Ipanema, tomada durante la Copa por Holanda, ya no pasa la garota de Vinicius de Moraes. Nunca tuvo remedio Brasil, desnudo futbolísticamente, preñado por la ira de Scolari, abandonado desde que Zúñiga dobló la columna de Neymar, vencido por la sanción de Thiago Silva. La tensión acumulada durante cinco partidos, jornadas de psicólogos, médicos y terapeutas, explotó en media hora, como castigo a Felipão, que improvisó para ganar el trofeo organizado por su país y, a cambio, encajó el marcador más escandaloso en una semifinal del Mundial.
No paraba de llorar la hinchada en el Minerão, engañada también por el fútbol, ridiculizada como anfitriona, víctima de la justicia poética. Alemania perdió la final de 2002 contra Brasil, también entrenado por Scolari, cuando jugaban Rivaldo y Ronaldinho y pasada la hora Ronaldo puso el 1-0 y el 2-0. Los alemanes se corrigieron desde entonces y hoy son un equipo excepcional, acabado en Klose, que para más vergüenza de Brasil superó con 16 el récord de goles que compartía con Ronaldo en los Mundiales. Los muchachos de Löw han tomado el relevo de la mejor España mientras se ha extraviado Brasil.
A falta de jugadores, sin jogo bonito, militarizada por Scolari, La
Bella Brasil ha fracasado cuando se ha convertido en La Bestia. Ausente Thiago
Silva, se venció sin queja ni coartada, pura mentira como era en su defensa y
sin más delantero que el lesionado Neymar. No era una selección trabajada
tácticamente sino un puñado de templarios engañados por un líder religioso de
nombre Felipão. La familia Scolari, como se llamó a Brasil 2014, quedó
retratada, silbada por su afición, que la tomó con Fred, el símbolo de la
decadencia, nada que ver con los célebres arietes de Brasil. Ya no golea Ronaldo
y, en cambio, ahora juega Neuer y no Kahn en Alemania.
Aunque pueda parecer una exageración, hay quien sostiene desde que llegó a Río que Manuel Neuer puede ganar por sí solo el Mundial. La actuación del portero del Bayern contra Argelia evocó la mejor versión de Franz Beckenbauer como líbero de la Mannschaft. Igualmente elogiadas fueron sus intervenciones en el partido contra Francia, especialmente cuando con su mano derecha tapó un tiro monumental en el área pequeña de Benzema. Las apuestas aseguraban también que el guardameta criado en el Schalke 04 sería decisivo si era menester contra Brasil. A su fiabilidad, añadía el factor emocional, la necesidad de vengar a Kahn del error en el Yokohama de Japón en 2002.
Apenas tuvo que intervenir Neuer y si hubo una parada para aplaudir fue una extraordinaria de Julio César, muy por encima de cualquiera de sus compañeros, también del menudo Bernard, sustituto de Neymar. Los dinámicos atacantes alemanes descuajeringaron a los destemplados defensas brasileños, especialmente Müller, que ya suma seis tantos, y Kroos, asistente, goleador, la perfección humanizada del plantel de Löw. Anunciado el finalista, Alemania incluso se permitió dejar dos goles más con un suplente igualmente resolutivo de nombre Schürrle. A la velocidad que jugó Alemania, siempre vertical, Brasil ni siquiera pudo pegar patadas como pasó ante Colombia.
Alemania fue una tormenta durante media hora para después convertirse en lluvia fina para desespero de Brasil, preso del drama y ahogado en lágrimas, llorón como ha estado desde el himno hasta que el árbitro pitó el final. Al partido solo le faltó un octavo gol que marró Özil para cantar mambo en el país de la samba. El mañana se anuncia tan duro como el ayer, antes de comenzar la Copa, cuando la conflictividad presidía los días y las noches a la espera de que el fútbol fuera el pan del pueblo. No para de llorar Brasil mientras Alemania camina hacia Río y Neuer aspira a redimir a Barbosa, la auténtica víctima del Maracanazo.
La careta de Neymar ya no es excusa sino que sirve solo para esconder el dolor que siente Brasil por más que Oscar marcara el gol del honor: 1-7 “Tristeza não tem fim. Felicidade sim”.
“Tristeza não tem fim. Felicidade sim”, se escuchaba en el Mineirão mientras que por Ipanema, tomada durante la Copa por Holanda, ya no pasa la garota de Vinicius de Moraes. Nunca tuvo remedio Brasil, desnudo futbolísticamente, preñado por la ira de Scolari, abandonado desde que Zúñiga dobló la columna de Neymar, vencido por la sanción de Thiago Silva. La tensión acumulada durante cinco partidos, jornadas de psicólogos, médicos y terapeutas, explotó en media hora, como castigo a Felipão, que improvisó para ganar el trofeo organizado por su país y, a cambio, encajó el marcador más escandaloso en una semifinal del Mundial.
No paraba de llorar la hinchada en el Minerão, engañada también por el fútbol, ridiculizada como anfitriona, víctima de la justicia poética. Alemania perdió la final de 2002 contra Brasil, también entrenado por Scolari, cuando jugaban Rivaldo y Ronaldinho y pasada la hora Ronaldo puso el 1-0 y el 2-0. Los alemanes se corrigieron desde entonces y hoy son un equipo excepcional, acabado en Klose, que para más vergüenza de Brasil superó con 16 el récord de goles que compartía con Ronaldo en los Mundiales. Los muchachos de Löw han tomado el relevo de la mejor España mientras se ha extraviado Brasil.
No paraba de llorar la hinchada en el Minerão, engañada
también por el fútbol, ridiculizada como anfitriona, víctima de la justicia
poética
Aunque pueda parecer una exageración, hay quien sostiene desde que llegó a Río que Manuel Neuer puede ganar por sí solo el Mundial. La actuación del portero del Bayern contra Argelia evocó la mejor versión de Franz Beckenbauer como líbero de la Mannschaft. Igualmente elogiadas fueron sus intervenciones en el partido contra Francia, especialmente cuando con su mano derecha tapó un tiro monumental en el área pequeña de Benzema. Las apuestas aseguraban también que el guardameta criado en el Schalke 04 sería decisivo si era menester contra Brasil. A su fiabilidad, añadía el factor emocional, la necesidad de vengar a Kahn del error en el Yokohama de Japón en 2002.
Apenas tuvo que intervenir Neuer y si hubo una parada para aplaudir fue una extraordinaria de Julio César, muy por encima de cualquiera de sus compañeros, también del menudo Bernard, sustituto de Neymar. Los dinámicos atacantes alemanes descuajeringaron a los destemplados defensas brasileños, especialmente Müller, que ya suma seis tantos, y Kroos, asistente, goleador, la perfección humanizada del plantel de Löw. Anunciado el finalista, Alemania incluso se permitió dejar dos goles más con un suplente igualmente resolutivo de nombre Schürrle. A la velocidad que jugó Alemania, siempre vertical, Brasil ni siquiera pudo pegar patadas como pasó ante Colombia.
Alemania fue una tormenta durante media hora para después convertirse en lluvia fina para desespero de Brasil, preso del drama y ahogado en lágrimas, llorón como ha estado desde el himno hasta que el árbitro pitó el final. Al partido solo le faltó un octavo gol que marró Özil para cantar mambo en el país de la samba. El mañana se anuncia tan duro como el ayer, antes de comenzar la Copa, cuando la conflictividad presidía los días y las noches a la espera de que el fútbol fuera el pan del pueblo. No para de llorar Brasil mientras Alemania camina hacia Río y Neuer aspira a redimir a Barbosa, la auténtica víctima del Maracanazo.
La careta de Neymar ya no es excusa sino que sirve solo para esconder el dolor que siente Brasil por más que Oscar marcara el gol del honor: 1-7 “Tristeza não tem fim. Felicidade sim”.
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