Una luna borrosa intenta hacerse ver tras el polvo ocre del Sahara, apenas se vislumbra su contorno amarillento, al fondo del barranco todo es oscuridad, una oscuridad que se engulló las retamas, las cañas silvestres, los cardos y el pastizal, que están ahí, yo lo sé.
Las luces de las casas que se desparraman a ambas laderas del barranco, son pocas hoy, parece que la gente se refugió de la calima más temprano, en el sueño protector de sus casas cerradas, ellos quizás crean que al despertar ya el cielo estará límpido como siempre, que no deja de ser una posibilidad cierta. Tiempo atrás me gustaba salir a mirar el cielo, me empujaba a imaginar que cantos extraños traía la brisa cálida, ¿por cuantos pueblos y aldeas africanas habrá pasado? y hasta me parecía oír el sacudir de las jaimas, y recreaba en mi mente la fiesta de bodas de dos jóvenes bereberes, y disfrutaba un té y la hospitalidad natural de esas gentes y hasta me formaba en mi mente la imagen de Mohamed ¿como será ahora aquel niño que venía en las vacaciones? un niño que para nosotros era una sorpresa tras otra, un niño delgado y de ojos inmensos que vomitaba la comida porque no estaba acostumbrado a comer tanta cantidad como nosotros le embutíamos, casi a presión, un niño que teniendo una cama cómoda prefería dormir sobre la alfombra del cuarto, un niño sereno y sonriente que prefería jugar con una piedras y unos palillos, con los que se inventaba vaya a saber que juegos, que los caros juguetes que le proporcionaban, un niño sereno que cuando sonreía, nos cegaba, como la luz del sol sobre su desierto natal. Hace unos años cuando llegaba la calima, me gustaba verla y sentirla sobre la piel, ella me incentivaba a soñar con otros lugares y otras gentes, ahora que todo el norte de Africa es un polvorín, ahora cuando llega la calima, me entristezco pensando en Mohamed, y en tantos otros niños que seguramente tenían la misma sonrisa del desierto y esos ojos inmensos de alegría, entonces pienso que quizás ni ellos ni Mohamed estén vivos, o ya no jueguen con guijarros y palillos, para empuñar un arma y hacerse mayores antes de morir, y que tal vez el único juego que jueguen es a seguir vivos, y si es posible enteros. Por eso, ahora, la calima me entristece el alma.
José Trillo Aran
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