viernes, 8 de diciembre de 2017

A la pobre María la criticaban todos...

Según parece ni siquiera era una aldea, apenas llegaba a un puñado de casas miserables en un paisaje más seco e insulso que Rajoy con dolor de tripa. He leído mucho sobre aquellos lares y aquellos tiempos por eso me atrevo a decir que en ese caserío eran todos analfabetos, bastante ordinarios, y tirando a sucios, pues la historia no dice nunca que se bañaban habitualmente, a lo sumo nos cuenta que se frotaban los pies con vinagre y luego los metían en una palangana con agua fresca, algo que era costumbre por aquellos años, y que es sabroso de verdad, sino lo probó, hágalo. y verá que bien siente las patas de abajo.
El caso es que María era una chica que no debería merecer las críticas de nadie, buena moza, rezadora como pocas y con garantías de honestidad y decencia, pero, aunque me duela decirlo era también analfabeta y de una ignorancia total de las malas artes, lo que no le podía augurar nada bueno. O sea, buena chica, pero discutida, para unos era una santa y para otras una mogigata. La historia cuenta que...(no se si es muy fiable porque no había medios de comunicación que verificaran las fuentes y todo iba de boca a oreja, y ya sabemos como termina todo eso, era como las noticias de Eduardo Inda, pero un poco menos faranduleros). Les sigo contando... el cotilleo decía que como era tan buena gente Dios la quiso premiar y envió a un sacerdote a conversar con ella y explicarle el plan celestial. María lo invitó a pasar a su miserable choza de piso de tierra regada durante los últimos siglos, lo que le daba una consistencia y un brillo que ya quisieran las cerámicas de Pamesa. Hechó dos puñados de estiércol seco de camello ya que la leña era cosas de ricos, preparó un te de menta, sirvió al sacerdote y se puso de rodillas frente a él, dispuesta a escuchar, y con la mirada fija en el suelo como mandaban las buenas costumbres. El sacerdote parece que tenía que ver algo con el espacio y era un experto en ciencias del más allá y le dijo:
-María tu fuiste la elegida-
Y María contestó:
-¡Aaaah!- También era una señorita de pocas palabras.
-Te vas a tomar este mejunje y tendrás una noche muy extraña... pero inolvidable por los siglos de los siglos-
-¡Aaah!-
-Te metes en la cama... y esperas-
-¡Me meto en la cama...después de rezar y espero-
-Los rezos puedes dejarlos para después, lo importante es el mejunje...¿comprendes?-
-Si... me bebo el mejunje, me meto en la cama y espero-
-¡Muy bien, María!-
Al otro día no pudo evitar las preguntas de las vecinas y la pobre chica contó lo sucedido como mejor le vino a la cabeza que todavía estaba un tanto mareada por los efectos secundarios del mejunje.
-No se doña Ediht, de pronto el cielo se puso verde, el viento cantaba loas al señor, la puerta se abrió sola y entró un hombre alado, alto, fuerte, de ojos azules y de pronto sus ropajes dorados desaparecieron y estaba ahí...como Dios lo trajo al mundo y yo perdí el conocimiento, el razonamiento, la virginidad y no se si perdí algo más porque no revisé la casa, ni las alforjas-
-¡Anda ya!..¡niñata!... que soy vieja pero no mastico piedras-
-Le digo la verdad doña Ediht...¿quiere ver como me dejó la casa llena de plumas?
A partir de ese día la vida de María ya se hizo insoportable. Las lenguas del vecindario trabajaban a tiempo completo y algunos investigadores creen que ahí nacieron los primeros novelistas de intriga, las críticas le llovían a la pobre chica y mejor no les cuento lo que soportó su marido, el pobre Pepe las pasó canutas y soportó como pudo las pintadas frente a su casa, algunas totalmente ofensivas, otras más artísticas como esa que lo mostraban de cuerpo entero y con cabeza de reno, o de ciervo. Esta pintura trajo a mal traer, durante siglos, a los investigadores históricos-religiosos, que no comprendían como alguien de esa zona desértica conocía la existencia de esos animales. Al final llegaron a la conclusión de que en todas las épocas hubo gente muy viajada.
Pepe ( alias Ikea para los amigos), era buena gente y mejor artesano, con la madera era más hábil que un castor y como persona era más bueno que el pan de campo cocido en horno de barro, físicamente era fuerte como un yunque pero medio mantecoso de carácter y eso de aguantar los chismorreos no se le daba bien, y entonces, entre cabreado y lloroso dijo:
-¡Nos mudamos a Belén!... no soporto esta gentuza-
Y allá se fueron. María y su panza y Pepe y el burro y la insoportable sensación de inseguridad que produce un cambio repentino.
-¿Donde vamos a vivir Pepe?-
-¡Ni idea!...viviendas sociales no hay, comprar no podemos, los alquileres son impagables, pero con la ayuda de Dios tal vez consigamos algún establo a buen precio.
María estaba desesperada, su barriga era inmensa y sensible a la poca amortiguación del burro y cada paso del pobre cuadrúpedo era un parto con dolor, la pobre no daba más y justo cuando estaba al borde del llanto se acordó que aun le quedaba un poco de mejunje en la pequeña vasija de barro que llevaba en la alforja de salir y sin que Pepe se enterara se bebió hasta la última gota...¡fue su salvación divina!, a los pocos minutos vio una estrella gigante, una especie GPS celestial que los guió por el camino correcto, unos minutos después vio tres reyes magos, uno blanco, uno negro y otro azul, aunque a esta realidad la cambiaron los historiadores para evitar suspicacias y hacer más creíble la narración y cambiaron al azul por un blanco, que es tanto o más extraño que un azul en esos desiertos insoportables, pero los futuros oyentes, lectores y creyentes, lo aceptarían sin dudar por aquello de que la fe no solo mueve montañas sino que pone blancos donde no cuadran.
Lo que si respetaron los historiadores fue el parto de María y sus palabras...¡Ay Jesús! ¡no doy más!, palabras que quedaron en el ADN de todas las futuras parturientas católicas del mundo para el último momento de desahogo.
podría haber dicho ¡Aay Pepe no lo soporto!pero no, dijo:
¡Ay Jesús como duele!... y Jesús por aquí y Jesús por allá...
¿Y como le llamaremos al niño?- Preguntó Pepe.
-¡Jesús!- Gritó María y el agotamiento no le permitió decir nada más.
-¡Así sea! pero que quede constancia que lo decidí yo- Aclaró él.
Continuará:
José Trillo Arán

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