Por las informaciones que nos llegaban todo en Brasil iba bien, su despegue económico era imparable y ya forma parte de una voz a escuchar en los foros internacionales como nunca había sucedido, desde hace años se publicita su constante crecimiento y es una pieza de cacería muy valiosa para los capitales mundiales. Tal vez por eso la publicidad era tan buena, porque cuando desde Europa o USA, se hablan maravillas del gobierno de un país, ¡eso es muy malo para ese país!
No obstante el supuesto progreso de Brasil no es real en la vida de los ciudadanos brasileiros, que ven una vez más como los grandes réditos comerciales no se revierten en la mejora de las clases más desfavorecidas, una vez más, los ciudadanos ven que tanta riqueza que generan se esfuma. La realidad una vez más está disfrazada por la publicidad interesada, como sucede en China, por poner un ejemplo, donde se desarrollan unas zonas y el resto del país va a peor, que por cada chino que progresa cuatro quedan en la cuneta, es verdad que aumenta la riqueza, pero se oculta que son más los desplazados.
El gobierno de la señora Dilma se aleja poco a poco de lo que muchos votantes esperaban de ella, cada vez se inclina más hacia la derecha NEOLIBERAL y lo que esperaba la gente era un giro hacia las políticas más igualitarias y que le dieran a la clase trabajadora un impulso nuevo. Brasil crece, como crecieron siempre los países latinoamericanos, de forma despareja e injusta.
De la antigua guerrillera popular va quedando poco y eso es lo que intentan recordarle las protestas. La gente de Brasil no escapa a la necesidad de reclamar un cambio de política, un vuelco hacia la justicia social.
Un reclamo que se está extendiendo por el mundo.
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