Hace unos años una amiga de la familia trajo a un niño sahariano a pasar unas vacaciones en su casa, como hacen miles de familias españolas. Esta amiga hospedó a Mohamed, un niño delgado, bajo de estatura para su edad, de ojos enormes y vivaces que destacaban llamativamente sobre la negrura de su cara agraciada, como su sonrisa tímida en los primeros contactos y amplia, contagiosa y radiante después. A Mohamed le costó unos días adaptarse, no dormía en la cama nueva que le habían preparado con todo esmero, cuando lo dejaban solo se acostaba en el suelo, sobre la alfombra, se cubría con la cobija y dormía plácidamente," ¡Ay mi niño! ¿que haces en el suelo como un perrito? ¡válgame Dios!" dijo la abuela. Pero el niño dormía bien así, estaba acostumbrado al piso arenoso de su jaima (carpa o tienda de campaña) familiar, tampoco podía comer las suculentas comidas que su abuela canaria de adopción le brindaba con ese cansino empeño en que los niños coman bastante para crecer fuertes, viejos hábitos adquiridos en los tiempos de hambrunas, un miedo que ella y todas las abuelas necesitan cubrir con la abundancia de hoy y que termina provocando nietos gordos.
Mohamed no podía decir que no y casi siempre terminaba vomitando lo comido, demasiada cantidad y muchos alimentos diferentes para un niño que pasaba el día con un exiguo puñado de comida y un tazón de leche de camella. Mohamed no supo que decir al ver el mar de cerca, al principio le tuvo miedo, pero como era curioso y valiente, siguió los pasos de otros y se adentró en el y disfrutó mucho más que en su mar de arena, no había modo de sacarlo del agua, ni de la ducha, ni que dejara de jugar con el agua del grifo, el agua en abundancia era una fiesta para él y como todo a todo niño los dulces y los caramelos lo volvían loco. Yo lo observaba en silencio, lo estudiaba, viéndolo jugar de rodillas sobre la tierra con unas piedras que el convertía vaya a saber en que, pero por su concentración y sus charlas con ellas y los gestos que hacía, se notaba que ellas eran en su fantasía mucho más que unos guijarros, eran, posiblemente la creación de los juguetes que no tenía. Mohamed fue un niño plenamente feliz durante esas vacaciones que seguramente serán para él inolvidables y con seguridad, un punto de referencia en su futuro. Y esto último siempre me dejó un mal sabor de boca ¿se le habrá hecho un bien a ese niño? ¿como vería su pueblo y su modo de vida al regresar al desierto? "Le damos el dulce y después se lo quitamos" pensé en aquel momento y hoy todavía le doy vueltas a ese pensamiento. Mohamed volvió a su vida limitada en los campamentos de refugiados de la provincia de Tinduf para seguir siendo un olvidado en tierras argelinas, un apátrida obligado por el régimen marroquí, como todo su pueblo, sin libertad y con los pocos derechos que quieran permitirle.
Seguramente ya Mohamed habrá cumplido la mayoría de edad si tuvo la suerte de sobrevivir. Tal vez sea uno de los tantos anónimos que intentan entrar a España jugandose la vida, aunque me gusta más imaginarlo como un joven revolucionario que colabore con la libertad de su pueblo, ya que nosotros le mostramos un mundo mejor me gusta verlo en mis fantasías luchando por conseguirlo, para él y su pueblo.
En algún momento también pienso que en el fondo a muchos millones de personas nos pasa como a ese niño de piernas delgadas, a nosotros también nos dieron a probar el dulce y luego nos lo quitan, nos mostraron que se puede tener un estado del bienestar, una sanidad gratuita y universal, que hay personas mayores que disfrutan de jubilaciones dignas, que si el estado quiere el estado puede mejorar la vida de la gente. Mohamed tuvo que viajar miles de kilómetros, otros muchos millones lo ven por televisión, que para el caso sirve igual, porque ambos descubren que hay un mundo mejor. No se porqué me imaginé que en ese niño le sembramos la semilla de la rebeldía, como le a pasado a muchos miles de millones que se cansarán de preguntarse ¿porque nosotros no tenemos ese bienestar? y comiencen la acción. Tal vez y sin quererlo hayamos colaborado a sembrar la semilla de la revolución que tendrá que llegar, no se cuando, pero tengo la seguridad de que germinará. Ayer al ver las protestas de Brasil me salió del alma una pregunta en voz alta ¿cuantos Mohamed habrá en las favelas?.
JTA.
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