viernes, 31 de enero de 2014

Historias que trae la lluvia.

    La ventana se abrió de par en par y el viejo se despertó sobresaltado de su siesta, se levantó de la mecedora y se dispuso a cerrarla también con los postigos, pero antes se entretuvo unos momentos, viendo el paisaje movible de los eucaliptos que se mecían con las copas unidas, oscilantes y flexibles para resistir al viento del oeste, como el mar verde y amarillo de retamas que cubrían los bordes del barranco y copiaban la técnica de resistencia pasiva de los gigantes árboles."La tarde está para dormir la siesta o pelar la cachimba" se dijo. Por esa extraña red del pensamiento el anciano se trasladó en el tiempo y recordó de donde venía ese término, se la había escuchado a su padre allá por los años cuarenta en Buenos Aires, en una tarde donde también se imponía una tormenta que empujaría grandes oleadas marrones del río sobre la ciudad en una sudestada que causó estragos, "no creo que el viejo supiera lo que era una cachimba y yo tampoco ¿que coño es una cachimba?" y movió su osamenta pesada para encender el ordenador y buscar la página de la Real Academia Española de la lengua.
Cachimba o cacimba voz portuguesa derivada del bantú... "¡ah! una pipa de caña" y en Argentina y Uruguay el hueco en la tierra para buscar agua,¿el viejo estaba chalado? ¿o tenía un pito tipo pipa? ¿o será que era una clave secreta y metafórica para que los niños no nos enteraramos? ¿o será que el pozo de mi madre tenía agua aquella tarde se siesta? y como quien piensa sin rumbo se fue yendo otra vez para el lado del paísaje, "tantos años aquí y nunca había visto un río en el fondo del barranco", "bueno, una mierda de río es más finito que pedo de lombriz". La lluvia golpeo los cristales y el viejo sonrió, él a diferencia de muchos disfrutaba de la lluvia que ya caía casi a diario en el último mes en Canarias " esta tierra es tan pobre que ni siquiera tiene un río" y otra vez recordó, pero esta vez el pensamiento lo llevó por caminos conocidos y frecuentes, como siempre que lloviera sin importar el lugar, daba igual, la lluvia siempre lo volvía a la última tarde, la tarde oscura de lluvia sucia de smog, de balsosas flojas que entraban en gotas frías helando los pies, la tarde que olía a pizza y a fainá de las pizzerías de la estación Constitución, la tarde que durante dos décadas se aferró a su alma amargándole con su tenaz regreso una y otra vez, el error de una decisión que recreaba en las mieles del pensamiento, que una y otra vez se la presentaba, hermosa, la más hermosa morocha de Buenos Aires, "qué cosa bonita era la vasca". La lluvia lo regresaba a esa tardenoche en hotel Lima, cuando enredados en las ansias del sexo veinteañero, salvaje y descontrolado como una sudestada, ella le tomó la cara entre sus manos y con esos inmensos ojos negros que se resistían a llorar, le perforó los suyos, "no me dejés gallego", como un susurro, como un trueno apagado por la distancia y el ruido infernal del tráfico porteño que entraba traspasando paredes, su voz apagada y temblorosa, como un susurro, como el siseo mortal de una daga, se hizo dolor y presente para siempre.
¡Nunca te voy a dejar!. Mintió, aunque el tiempo se encargó de que fuera una verdad.
  "Y me fui... como si hubiera una vasca en cada esquina"...¡qué boludo...pero que boludo!" pensó.

JTA

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