lunes, 10 de diciembre de 2012

Quisiera volver a ser niño.

   Cada vez que vivo un año más algún diciembre se repite la misma situación, pero cada vez con mayor necesidad, se incrementa en mí un deseo imposible, es como una nostalgia que aun sabiendo que no me hace daño me produce una incómoda molestia, es como un vacío comprensible y aceptado, pero un vació al fin.
   Es que por los años cincuenta siete yo era un niño y creía, creía en el cielo y el infierno, en los buenos y en los malos, y eso que se llama inocencia y que uno abandona con los años y la supuesta sabiduría que se va ganando, uno lo termina  extrañando, como se extrañan siempre los tiempos felices.
   Y diciembre es un mes propicio para que yo recuerde la niñez y aquella ansiedad por las llegadas de las fiestas, unos festividades que para mí eran nuevas aunque para mis padres eran un tanto extrañas porque navidad era invierno en Galicia y no terminaban de acomodarse en Buenos Aires a la pesadez de la humedad acicateada por las temperaturas de verano. Recuerdo que mi madre me contó que  "estabas más nervioso que una embarazada...esperando el nacimiento del niño Jesús" y eso que en aquellos años rara vez los niños recibían regalos para esa fecha porque aún no se había "inventado" el papá Noel, los regalos los traían los reyes magos y todo lo que prometía la navidad era el estreno de alguna ropa y después ir a cenar a la casa de la abuela y decíamos la casa de la abuela, porque nunca conocimos a los abuelos, nunca supe muy bien porque se quedaron enterrados en Galicia a tan temprana edad, aunque me hago una idea aproximada después de enterarme de la guerra civil y el pacto de silencio que guardaron por años los emigrantes, como si trasladarse a la Argentina fuera una cortina, un refugio sin pasado, un nacer otra vez libre de pecados, y apenas si entre la gente se murmuraban cosas al oído cuando se trataba de desacreditar a algún fulano incómodo, entonces aparecía en voz baja su pasado de rojo o franquista, pero de eso yo no me enteraba, porque era un niño y era inocente, para mí todos eran buenos y mis familiares mucho más.
    Eran cenas donde nos juntábamos todos, tíos, cuñados, hermanos y primos, reunidos en una mesa grande y abundante de comida y de risas, de viejas anécdotas que me describían una tierra y sus gentes de las que apenas tenía leves recuerdos porque Galicia era ya, cada día más lejana, como si el tiempo en Buenos Aires le sumara cada día más kilómetros a la distancia, y la distancia suele ser el preámbulo del olvido.
   Ahora que anduve muchos caminos a través de los años y las desilusiones que nos acumula la supuesta experiencia, la abundancia de información y la sabiduría que se supone nos proporcionan las vivencias, ahora, les confieso, tendría ganas de que este diciembre fuera como aquellos diciembres de mi niñez, cuando creía que nacería el niño que salvaría el mundo, porque el era hijo de Dios y tenía poderes, cuando las risas eran familia, cuando los muertos de hoy eran seres llenos de vida y yo los admiraba y los quería a todos, ¡que tiempos aquellos cuando era un niño! y por aquellos días... yo estaba más nervioso que una embarazada.
   

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