Los que no están a favor de la integración no saben lo que se pierden y los que sufren de xenófobia no solo dan pena, por la enfermedad que padecen, sino que limitan su vida a nuevas experiencias.
- Logrando la integración- dijo el turco cuando el judío Borestein lo encontró metiendole mano a su hija en el pasillo de la casa, para ser exacto, no le metía mano, le metía dos y hasta cuatro. Y es que el amor, o el sexo, no conoce de fronteras ni religiones. El turco en realidad no era turco, había nacido en el Once, un barrio de la Capital Federal que agrupaba a la gran mayoría de judíos que había en Buenos Aires, hasta que llegaron los chinos, claro, porque los chinos se reproducen como chinos e incluso ocupan lugares como el Once, o el doce o lo que le cuadre, y como dice Manolo "antes de dormir miro si no hay un chino debajo de la cama". Pero volvamos a la historia del turco, que era un guaperas mezcla de española y sirio que había tenido la suerte de heredar lo mejor de ambas razas en el aspecto físico y lo peor de ambas en lo moral, era un muchacho que no miraba nada al momento de enamorarse, por el tiempo que fuera, y después seguir aquello de "pajarito que comió, pajarito que voló". El caso que el Borestein lo corrió por media manzana y solo se detuvo cuando se le cayó el casquete ese que llevan los judíos en la cabeza, lo insulto en hebreo, en arameo, en ingles básico, en alemán y en un español-argentino bastante rudimentario, fue ahí que nos enteramos que además de ser un celoso guardián de la virginidad de su hija, era poliglota.
Los amigos estábamos pendientes de aquel romance y veíamos los esfuerzos que hacía el turco para conseguir una cita clandestina con la pecadora judía, pero el turco era una fiera a la hora de cazar, la llamaba por teléfono, le escribía cartas, la seguía adonde fuera, le enviaba mensajes a través de su primo Moisés, que, como su prima, era rebelde y diferente y ya le quedaban pocas costumbres religiosas.
¡Que no hizo el turco por esa niña hermosa y lejana! estaba enamorado hasta los huesos (si se le puede llamar amor a lo que sentía el turco) y no escucha consejos, por mucho que le dijéramos él no atendía razones.
- Turco, conseguite un china- le dijo Piedrahita- también podés hacer integración chino-argentina-
-¡Eso turco! buscate una china...dicen que la tienen atravesada...como los ojos- dijo Jorge-
No hubo forma, él seguía a lo suyo, sino se aprendió la Tora fue porque no tenía tiempo, de lo demás lo hizo todo, incluso vestirse como ellos y hasta entró en la sinagoga con un birrete que se inventó recortando una gorra, durante la ceremonia religiosa copió como pudo a los fieles, si ellos se movían el se movía si ellos miraban el techo, el miraba el techo.
Moisés lo ayudaba como podía, era un chico más moderno y nada tradicional, aunque vivía fingiendo serlo. Al pobre turco solo le faltaba llorar contra el muro, pero no tiraba la toalla.
- Mi lucha por la integración no tiene límites...- decía para darse y darnos ánimos cuando incluso nosotros nos dabamos por vencidos y veíamos con tristeza sus esfuerzos vanos.
El judío Borestein tomaba mate en la puerta de su tienda de ropa y miraba de reojo en todas direcciones, su mujer hacía una marca personal a la niña y no la dejaba sola un momento. En la colectividad del Once la historia ya era conocida por lo que el turco se auto designó una orden de alejamiento.
Cuando ya dábamos todo por perdido, apareció por el Café La Unión, que era un bar que destacaba por el olor a humedad, baños con aroma a históricos orines tapados con Creolina, tirada al voleó. Apareció el turco con cara de triunfo y una sonrisa que no le cabía en la cara...
- ¡¡Logré la integración!!-
-¿Como?- pregunté yo.
- ¿Cuando?. preguntó el rengo.
- ¡Contá turco!- dijo Pertega.
El turco nos contó una de película de James Bond ensamblada con un montaje casi profesional con El último tango en París y Garganta Profunda.
Nosotros vivíamos la historia con la lógica calidez de la juventud...
Pero todo se sabe, incluso en Buenos Aires.
La integración que logró el turco... ¡fue con Moisés!.
Nunca más lo vimos, desapareció de los lugares que solía frecuentar, al igual que Moisés que no volvió nunca por el Once, ni disfrazado de chino.
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