martes, 1 de julio de 2014

Cae la población en España.


EDITORIAL

Señales de alarma

España pierde población por segundo año consecutivo a causa del retorno de emigrantes

España perdió población en 2013, como ya había ocurrido el año anterior: pasó de 46,7 millones de personas a 46,5. La mayor parte de esa pérdida fue debida a la existencia de un balance migratorio negativo por el regreso de emigrantes a su país de origen: el año pasado se fueron 547.890 personas, de las cuales solo 79.306 eran españoles. La cifra de extranjeros residentes en España se redujo hasta 4.676.022 pe
rsonas (-7,8%) debido al efecto combinado del retorno y la adquisición de nacionalidad española. El panorama de dificultades que ha implicado la crisis económica aparece como la principal razón tanto del regreso como de la salida de españoles en busca de mejores horizontes.
Aunque a corto plazo la reducción de la población con mayores dificultades para encontrar trabajo pueda reducir la presión sobre los servicios sociales, las cifras dibujan un escenario alarmante. El comportamiento demográfico tiende al envejecimiento y no está en condiciones de garantizar la tasa de reposición; de hecho, con una tasa de fecundidad de 1,32 hijos por mujer en 2012, hace ya tiempo que el equilibrio de población depende de la llegada de extranjeros.
La salida de inmigrantes tiene un doble efecto negativo: por un lado, disminuye la población en edad de trabajar, que es la que debe sostener el sistema de pensiones. Por otro, reduce el número de mujeres en edad de procrear, lo que incide de forma negativa sobre una tasa de natalidad que se encuentra ya —hay que insistir— en niveles mínimos, y sobre la que se ciernen otros nubarrones. La mayor parte de los españoles que emigran son jóvenes; entre los que se quedan, el elevado índice de desempleo y la precariedad actúan como elemento disuasorio a la hora de plantearse tener hijos. Si se considera además que las mujeres del baby boom tienen más de 40 años —están saliendo de la edad fértil— es evidente que, a no ser que se apliquen políticas que contrarresten estas tendencias, la sociedad acentuará su problema demográfico a muy corto plazo.

 

Es también inquietante la rapidez con que cambian los ciclos. En apenas cinco años —entre 2000 y 2005— España ganó, gracias a la inmigración, casi cuatro millones de habitantes (pasó de 40,5 a 44,1). Solo en 2004 aumentó en casi 900.000. Con la misma rapidez puede producirse el fenómeno contrario. Y aunque las perspectivas de crecimiento económico permiten alentar un cierto optimismo, es difícil pensar que se va a producir un aumento rápido de la oferta de empleo como para frenar el éxodo y estimular la natalidad.
El problema es complejo y debe afrontarse con políticas activas destinadas a frenar el adelgazamiento de la base de la pirámide poblacional. Para ello hay que combinar medidas de fomento de la natalidad con políticas migratorias inteligentes y a largo plazo; sin perder de vista que el mejor antídoto para invertir las proyecciones demográficas negativas es conseguir una recuperación económica sólida y duradera.

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