sábado, 8 de marzo de 2014

España: Foto de familia.

Santurrones con cartera 

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Por Pilar Cáceres.

La euforia de Rajoy en el último estado de la nación, contrasta con la realidad cotidiana de la mayoría de los ciudadanos. Sobresale esa autocomplacencia, el ensimismamiento de un Gobierno que vive en otro mundo, ajeno a los desahucios, a la pobreza infantil, a las penurias familiares, las colas del paro, ese lugar que ya no visita don Mariano.
Este Ejecutivo parece estar desconectado del sentir popular. Habría que recomendarles el contacto, sin coche oficial ni escoltas, con la existencia de miles de barrios, ciudades y pueblos de la geografía española. Menos iglesia y más calle. A ver si así, desprendiéndose por unas horas o días de la influencia metafísica de la que hacen gala, terminan por comprender que la España real va por un camino de dolor y sufrimiento, muy diferente a la heterogénea patria del Ibex35, de las cuentas en Suiza y la nunciatura de teología medieval y hodiernas finanzas.
No hay que invocar a santa Teresa para que interceda por no se sabe qué asuntos de España, ni a la Virgen del rocío para que solucione el drama del desempleo; tampoco es necesario ir por ahí concediendo condecoraciones policiales a la Virgen María. Pero los de la bancada azul se sienten mejor así, más seguros, para justificar luego, en los confesionarios, sus conductas farisaicas.
Esa España vive en catedrales y palacios, en pisos lujosos y chalés de precios elevados; presumen de unión europea y añoran a los reyes católicos. Son los hijos de una dialéctica caduca y trasnochada. Acomodados y sectarios. Donde hay derechos ven pecados y donde ven pecados eliminan derechos. Son clasistas, pero eso sí, a la española, bajo el manto nacional patrio que les distingue de esa izquierda a la que odian porque les remueve la conciencia. Y entre santurrones y meapilas se suceden decretos funambulescos, que desconchan el verdadero programa de Gobierno. La ficción que los llevó al poder se transforma poco a poco en la umbría realidad que padece la mayoría de la sociedad española, más parecida a un infierno que a las visiones celestiales del partido gobernante.




 

 

 





 


 


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