lunes, 14 de marzo de 2016

Cuando nací, ya no era yo.

Ya era un proyecto a futuro, un diseño, el borrador de un plan al que solo le faltaban revisar los detalles. Con todo el amor del mundo mi madre ya me imaginaba a la manera de sus sueños y deseos. Yo nunca fui un feto, era una semilla de esperanza a la medida.
Los problemas empezaron justo el día que naci, para mis tías no era todo lo bonito que debería ser, para mi abuela era una copia de mi padre y eso ya no le gustó nada, para mi padre era una carga nueva...¡maldita la hora!, para mi padrino si fuí una esperanza a futuro, el que decidieran llamaran igual que él ya era una garantía de un hombre de valía.
A partir del día que nací ya se fue todo al carajo, defraudé a todos y todo el tiempo.
Se esperaba de mi que fuera estudioso, macho, trabajador, educado, buen católico, decente y rico, todo a la vez...¡nada mas ni nada menos!. Ese era el plan inicial, si mas adelante había que hacer algunas modificaciones o recortar las expectativas había tres prioridades innegociables, macho, rico y católico.
Cumplí paso a paso con todas las tareas programadas por mis progenitores y también con la ley vigente para pobres y obreros en la sociedad, pero no hubo manera, no acertaba una en eso de cumplir con las espectativas. Un día, ya muchos años después, creo que rondaba los veinsiete o veintiocho, y viniendo baqueteado de tantos fracasos en la vida, decidí que yo no servía para nada y me dedique a disfrutar del malestar que producía a todos los que esperaban algo de mi.... y ¡no hice nada!, me dejé llevar por las aguas del día a día, dispuesto a descubrir hasta donde me llevaba ese abandono. Conocí unas mujeres muy atractivas que prometieron amarme por tiempo indefinido si cumplía con sus esperanzas. Pero no, parece que no cumplí porque me dejaron a los pocos días y sin el preaviso de ley, incluso una que aseguraba quererme con todo el corazón, ni se despidió de mi, me lo dio a entender a si como al pasar y pensando "haber si enteras", mostrándome, sin miramientos, un telegrama que le habían enviado diciéndole ""no sabes como te extraño", lo que a pesar de estar en horas bajas, lento y gris, tiritando bajo la garúa fina y constante me hizo razonar que ya me había dejado mucho antes de la misiva telégrafica de su nuevo enamorado. En cierto modo acepté la traición pues en el fondo de mi ser ya había aprendido y asimilado que "uno no es uno, sino lo que se espera que uno sea"... para bien de los demás, y con extrañas excepciones, el amor tampoco escapa a eso, por mucho  que lo quieramos ennoblecer.
La rebeldía me duró dos años sin primaveras, donde anduve de aquí para allá, largando hojas secas al viento, mordiendo la bronca con los pelos erizados y la cola entre las patas y cagandome en todos los que no me entendían.
Por aquellos años horroricé a todos, incluso a mismo y a la sociedad "que tantos valores ciertos y adecuados me había entregado".
Aún hoy disfruto recordando y sigo sin avergonzarme aquellas locuras que espantaban a mis seres queridos, que ya no eran tanto, y a los conocidos y los amigos, que ya eran menos. Aún hoy recuerdo que solo mi madre me comprendió, con ese amor a prueba de todo y la conmiseración que acompaña a ese... "pobre hijo, mio" que suena a castigo pero que no suele faltar en el amor de una madre cuando tiene un hijo que le sale rana.
Y tuve que gestarme a mi mismo en una preñez que me duró como dos años. Por allá por los treinta, sino recuerdo mal. Hoy gozo de haberme parido con dolor, de haberme diseñado, de seguir en ello cada día, de apuntarme a la minoritaria sociedad que deseo, de juntarme con elementos un tanto extraños y de haber dejado a un lado tanta programación vacía e hipócrita, de reubicarme con la gente que no espera nada de mi y que me deja ser, como quiero ser. No recuerdo la fecha que me parí, creo que fue el mismo día que pegué el grito de independencia mas vulgar y curativo de toda esclavitud, desde ese día comencé a ser libre, porque es bien sabido que toda liberación comienza un grito...
¡Se van todos a la puta madre madre que los parió!.

José Trillo Aran.

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